Encontrados 30 resultados para: Macabeo

  • Judas Macabeo; (1 Macabeos 2, 4)

  • Judas Macabeo ha sido valiente desde su juventud; que él sea jefe del ejército y dirija la guerra contra los extranjeros. (1 Macabeos 2, 66)

  • Le sucedió su hijo Judas, el Macabeo. (1 Macabeos 3, 1)

  • Entre tanto, Judas Macabeo y su hermano Jonatán pasaron el Jordán y caminaron por el desierto durante tres días. (1 Macabeos 5, 24)

  • Cuando el ejército de Timoteo se dio cuenta de que era el Macabeo, emprendieron la fuga, pero él les dio fuertes golpes y cayeron unos ocho mil enemigos aquel día. (1 Macabeos 5, 34)

  • «Judas Macabeo, sus hermanos y el pueblo de Israel nos han enviado ante ustedes para concertar una alianza de paz y para que seamos contados entre sus aliados y amigos.» (1 Macabeos 8, 20)

  • La historia de Judas Macabeo y de sus hermanos ha sido escrita por Jasón de Cirene. Relató la Purificación del templo del Altísimo, la dedicación del altar, (2 Macabeos 2, 19)

  • Judas Macabeo, sin embargo, y con él otros diez, se habían retirado al desierto, aceptando compartir la vida de los animales salvajes. Allí se alimentaban con puras legumbres, pues no querían comer carnes impuras. (2 Macabeos 5, 27)

  • Entretanto Judas, por sobrenombre Macabeo, y los que estaban con él, entraban secretamente en los pueblos, llamaban a sus parientes y, reuniendo a los que habían permanecido fieles al Judaísmo, llegaron a juntar seis mil hombres. (2 Macabeos 8, 1)

  • El Señor cambió su aversión en misericordia; en cuanto el Macabeo organizó su tropa, se hizo irresistible a los paganos. (2 Macabeos 8, 5)

  • El Macabeo, reuniendo y reorganizando sus tropas, en número de seis mil hombres, los exhortaba a no temer al enemigo y a combatir con valentía contra sus injustos agresores, sin tener en cuenta su superioridad numérica. (2 Macabeos 8, 16)

  • Con la ayuda de Dios, el Macabeo y los suyos se apoderaron del Templo y de la ciudad. (2 Macabeos 10, 1)


“Há alegrias tão sublimes e dores tão profundas que não se consegue exprimir com palavras. O silêncio é o último recurso da alma, quando ela está inefavelmente feliz ou extremamente oprimida!” São Padre Pio de Pietrelcina