Fundar 13 Resultados para: Manóaj

  • Había un hombre de Sorá, del clan de los danitas, que se llamaba Manóaj. Su mujer era estéril y no tenía hijos. (Jueces 13, 2)

  • Entonces Manóaj oró a Dios, diciendo: "Te ruego, Señor, que vuelva el hombre que tú nos has enviado y nos indique qué debemos hacer con el niño, cuando haya nacido". (Jueces 13, 8)

  • Dios escuchó la voz de Manóaj, y el Ángel de Dios se presentó otra vez a la mujer, mientras se encontraba en el campo y su marido no estaba con ella. (Jueces 13, 9)

  • Manóaj se levantó y fue detrás de su mujer. Y al llegar adonde estaba el hombre, le dijo: "¿Eres tú el que le ha hablado a esta mujer?". "Sí, soy yo", respondió él. (Jueces 13, 11)

  • Entonces Manóaj le preguntó: "Cuando suceda lo que tú has dicho, ¿qué forma de vida tendrá que llevar el niño y cuál será su conducta?". (Jueces 13, 12)

  • El Ángel del Señor dijo a Manóaj: "Él tendrá que abstenerse de todo lo que le dije a esta mujer: (Jueces 13, 13)

  • Manóaj dijo al Ángel del Señor: "Quédate aquí y te prepararemos un cabrito". (Jueces 13, 15)

  • Pero el Ángel del Señor le respondió: "Aunque me obligues a quedarme, no probaré tu comida. Si quieres hacer un holocausto, ofrécelo al Señor". Manóaj no se había dado cuenta de que aquel hombre era el Ángel del Señor. (Jueces 13, 16)

  • Entonces Manóaj le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, para que podamos honrarte cuando suceda lo que tú has dicho?". (Jueces 13, 17)

  • Manóaj tomó el cabrito y la oblación, y los ofreció sobre la roca en holocausto al Señor, que es misterioso en sus acciones. Manóaj y su mujer estaban mirando. (Jueces 13, 19)

  • Y cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el Ángel del Señor subía en la llama del altar, a la vista de Manóaj y de su mujer, que cayeron con el rostro en tierra. (Jueces 13, 20)

  • El Ángel del Señor ya no se volvió a aparecer a Manóaj ni a su mujer. Entonces Manóaj reconoció que aquel hombre era el Ángel del Señor, (Jueces 13, 21)


“A pessoa que nunca medita é como alguém que nunca se olha no espelho e, assim, não se cuida e sai desarrumada. A pessoa que medita e dirige seus pensamentos a Deus, que é o espelho de sua alma, procura conhecer seus defeitos, tenta corrigi-los, modera seus impulsos e põe em ordem sua consciência.” São Padre Pio de Pietrelcina