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  • Perecerán como esas naciones que el Señor va destruyendo delante de ustedes, por no haber escuchado la voz del Señor, su Dios. (Deuteronomio 8, 20)

  • Sigan al Señor, su Dios. Témanlo y observen sus mandamientos, escuchen su voz, sírvanlo y sean fieles a él. (Deuteronomio 13, 5)

  • con tal que tú escuches la voz del Señor, tu Dios, observando los mandamientos que hoy te prescribo y haciendo lo que es recto a los ojos del Señor, tu Dios. (Deuteronomio 13, 19)

  • con esta sola condición: que escuches su voz, practicando cuidadosamente todo este mandamiento que hoy te prescribo. (Deuteronomio 15, 5)

  • Esto es precisamente lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: "No quiero seguir escuchando la voz del Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego, porque de lo contrario moriré". (Deuteronomio 18, 16)

  • Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, (Deuteronomio 26, 7)

  • No comí nada de eso estando de duelo, no consumí nada en estado de impureza, ni lo ofrecí como alimento a un muerto. Obedecí la voz del Señor, mi Dios, y obré en todo según lo que tú me ordenaste. (Deuteronomio 26, 14)

  • Hoy tú le has hecho declarar al Señor que él será tu Dios, y que tú, por tu parte, seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus leyes, y escucharás su voz. (Deuteronomio 26, 17)

  • Escucha la voz del Señor, tu Dios, y practica los mandamientos y las leyes que hoy te prescribo". (Deuteronomio 27, 10)

  • Los levitas tomarán la palabra y dirán en alta voz a todos los hombres de Israel: (Deuteronomio 27, 14)

  • Si escuchas la voz del Señor, tu Dios, y te empeñas en practicar todos los mandamientos que hoy te prescribo, él te pondrá muy por encima de todas las naciones de la tierra. (Deuteronomio 28, 1)

  • Y por haber escuchado la voz del Señor, tu Dios, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones: (Deuteronomio 28, 2)


“A mansidão reprime a ira.” São Padre Pio de Pietrelcina