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  • El rey de Arad, un cananeo que vivía en el Neguev, supo que Israel venía por el camino de Atarim. Atacó a Israel y tomó algunos prisioneros. (Números 21, 1)

  • Pero Sijón no dejó a Israel que atravesara por su territorio, reunió a todo su pueblo y salió al encuentro de Israel en el desierto. Cuando llegó a Jahasa, atacó a Israel. (Números 21, 23)

  • Vino a tu encuentro en el camino y atacó por la espalda a todos los que iban agotados en la retaguardia, cuando tú estabas cansado y extenuado; no tuvo temor a Dios. (Deuteronomio 25, 18)

  • De Libna pasó a Laquis, la asedió y la atacó. (Josué 10, 31)

  • Josué y todo Israel con él se volvió contra Dabir y la atacó. (Josué 10, 38)

  • En aquel tiempo, Josué atacó y desbarató a los enaceos de los cerros, de Hebrón, Dabir, Anab, de todos los cerros de Judá y de Israel; ellos y sus ciudades fueron entregados en anatema. (Josué 11, 21)

  • Abimelec y el grupo que estaba con él atacó y tomó posición a la entrada de la puerta de la ciudad mientras los otros grupos se lanzaron contra todos los que estaban en el campo. (Jueces 9, 44)

  • Pero Sijón, desconfiando de Israel, no lo dejó pasar, reunió a toda su gente, acampó en Yahsá, y atacó a Israel. (Jueces 11, 20)

  • Entonces Jefté reunió a todos los hombres de Galaad y atacó a Efraím; los de Galaad derrotaron a los de Efraím, que decían: «Ustedes los galaaditas son fugitivos de Efraím que pasaron de Efraím a Manasés.» (Jueces 12, 4)

  • David, empero, le respondió: «Tú vienes a pelear conmigo armado de jabalina, lanza y espada; yo, en cambio, te ataco en nombre de Yavé, el Dios de los Ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. (1 Samuel 17, 45)

  • David fue con sus hombres a Queilá, atacó a los filisteos y los derrotó. (1 Samuel 23, 5)

  • David los atacó desde la mañana hasta la noche. No escapó ninguno, salvo cuatrocientos jóvenes que huyeron en sus camellos. (1 Samuel 30, 17)


“Dirás tu o mais belo dos credos quando houver noite em redor de ti, na hora do sacrifício, na dor, no supremo esforço duma vontade inquebrantável para o bem. Este credo é como um relâmpago que rasga a escuridão de teu espírito e no seu brilho te eleva a Deus”. São Padre Pio de Pietrelcina