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los llevaré a mi cerro santo y haré que se sientan felices en mi Casa de oración. Serán aceptados los holocaustos y los sacrificios que hagan sobre mi altar, ya que mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos. (Isaías 56, 7)
haré que les brote la risa de sus labios: ¡Paz, paz al que está lejos y al que está cerca!, dice Yavé. Sí, yo te voy a sanar.» (Isaías 57, 19)
Ya que tú fuiste la abandonada, la odiada y desamparada, en adelante yo haré que te sientas orgullosa, y te daré alegría para siempre. (Isaías 60, 15)
El más chico de tus habitantes se multiplicará en mil y el más insignificante se convertirá en una gran nación.Yo, Yavé, lo haré en un momento, cuando sea la hora. (Isaías 60, 22)
Pues como yo, Yavé, amo la justicia y odio el robo y el crimen, les entregaré sin falta su recompensa y haré con ellos un contrato que durará siempre. (Isaías 61, 8)
Haré nacer de Jacob una descendencia y de Judá herederos para mis montañas. Les corresponderán en herencia a mis elegidos y mis servidores harán allí sus casas. (Isaías 65, 9)
Yo haré un prodigio en medio de ellos y, luego, mandaré los sobrevivientes hacia todas las naciones: hacia Tarsis, Lud y Put, Meshek, Tubal y Javan, en una palabra, hacia las tierrras lejanas de ultramar que no saben de mi fama ni han visto mi gloria. Ellos darán a conocer mi gloria entre las naciones a lo lejos, (Isaías 66, 19)
Ahora, pues, lo que hice en Silo, también lo haré con esta Casa que lleva mi Nombre y por la que se sienten seguros. Lo mismo haré con este lugar que yo dí a sus padres, (Jeremías 7, 14)
Pues así habla Yavé: «Voy a lanzar muy lejos a los habitantes del país y los haré perseguir de manera que los alcancen.» (Jeremías 10, 18)
Pero después de haberlos arrancado, de nuevo me compadeceré de ellos y los haré volver a cada uno a su propiedad, a cada uno a su país. (Jeremías 12, 15)
Pero si se niegan a obedecerme, arrancaré a aquella gente y la haré desaparecer, dice Yavé.» (Jeremías 12, 17)
En cuanto a la gente a quien profetizaban, quedará tirada por las calles de Jerusalén, víctima del hambre y de la espada; pues no habrá nadie para enterrarla, ni a sus mujeres, ni a sus hijos e hijas. Haré recaer sobre ella misma su maldad. (Jeremías 14, 16)