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  • la tierra ardiente se trocará en estanque, el suelo sediento en hontanar de aguas; y el cubil donde yacían los chacales se volverá verdor de cañas y de juncos. (Isaías 35, 7)

  • Yo mismo he excavado y he bebido aguas extranjeras; he secado con las plantas de mis pies todos los Nilos de Egipto. (Isaías 37, 25)

  • ¿Quién ha medido las aguas con el cuenco de sus manos y ha determinado con el palmo la medida del cielo? ¿Quién ha medido toda la tierra con el metro, en la balanza ha pesado los montes y en los platillos las colinas? (Isaías 40, 12)

  • Si pasas por las aguas, yo estaré contigo; si por ríos, no te ahogarás. Si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán. (Isaías 43, 2)

  • Esto dice el Señor, el que abrió en el mar un camino, un sendero en las caudalosas aguas; (Isaías 43, 16)

  • ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del océano; el que convirtió en camino el fondo del mar para que pasaran los libertados? (Isaías 51, 10)

  • Me pasa como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé no volverían a anegar la tierra: así ahora juro no irritarme más contra ti, no volverte a amenazar. (Isaías 54, 9)

  • Pero los malhechores son como el mar agitado, que no puede apaciguarse, cuyas aguas remueven fango y cieno. (Isaías 57, 20)

  • ¿el que al lado de Moisés hizo marchar su brazo glorioso, y dividió las aguas ante ellos logrando así un eterno renombre?; (Isaías 63, 12)

  • Como un pozo hace manar sus aguas, así hace manar ella sus crímenes. ¡Violencia! ¡Injusticia! Esto es lo que se oye en ella; ante mí, sin cesar, sufrimientos y heridas. (Jeremías 6, 7)

  • A su voz se amontonan en el cielo las aguas; él levanta las nubes del extremo de la tierra, provoca con los relámpagos la lluvia y saca de sus depósitos el viento. (Jeremías 10, 13)

  • ¿Por qué mi dolor no tiene fin? ¿Por qué mi herida es incurable, indócil al remedio? ¿Vas a ser para mí como un arroyo engañador, de aguas caprichosas? (Jeremías 15, 18)


“Todas as graças que pedimos no nome de Jesus são concedidas pelo Pai eterno.” São Padre Pio de Pietrelcina