Talált 736 Eredmények: manos

  • Y os pusisteis a murmurar así en vuestras tiendas: Porque nos odia, el Señor nos ha hecho salir de Egipto, para entregarnos en poder de los amorreos y hacernos morir en sus manos. (Deuteronomio 1, 27)

  • Levantaos, partid y pasad el torrente del Arnón. Yo entrego en tus manos a Sijón, rey de Jesbón, el amorreo, y a su país. (Deuteronomio 2, 24)

  • Pero Sijón, rey de Jesbón, no nos permitió pasar por sus dominios, pues el Señor, tu Dios, había hecho inflexible su espíritu y había endurecido su corazón, con el fin de ponerlo en tus manos, como aún lo está hoy. (Deuteronomio 2, 30)

  • El Señor, nuestro Dios, lo puso en nuestras manos, y lo derrotamos a él, a sus hijos y a todo el pueblo. (Deuteronomio 2, 33)

  • Desde Aroer, que está al borde del río Arnón, la ciudad que está en el valle, hasta Galaad, no hubo para nosotros ciudad inexpugnable. El Señor, nuestro Dios, las puso todas en nuestras manos. (Deuteronomio 2, 36)

  • El Señor me dijo: No lo temas, pues yo lo he puesto en tus manos a él, a su pueblo y a su país. Haz con él lo que hiciste con Sijón, rey de los amorreos, que habitaba en Jesbón. (Deuteronomio 3, 2)

  • El Señor, nuestro Dios, puso también en nuestras manos a Og, rey de Basán, y a todo su pueblo, y le derrotamos sin dejar ni un superviviente. (Deuteronomio 3, 3)

  • Da instrucciones a Josué, dale ánimo y valor, pues es él quien pasará a la cabeza del pueblo para poner en sus manos la tierra que ves". (Deuteronomio 3, 28)

  • Átatelas a las manos para que te sirvan de señal, póntelas en la frente entre los ojos. (Deuteronomio 6, 8)

  • Destruye todos los pueblos que el Señor, tu Dios, va a poner en tus manos; no se apiaden de ellos tus ojos ni des culto a sus dioses, pues eso sería tu ruina. (Deuteronomio 7, 16)

  • Guárdate de decir en tu corazón: Mi fuerza y el poder de mis manos han hecho todo esto. (Deuteronomio 8, 17)

  • Yo bajé de la montaña, que estaba en llamas, trayendo en mis manos las dos tablas de la alianza. (Deuteronomio 9, 15)


“Não há nada mais inaceitável do que uma mulher caprichosa, frívola e arrogante, especialmente se é casada. Uma esposa cristã deve ser uma mulher de profunda piedade em relação a Deus, um anjo de paz na família, digna e agradável em relação ao próximo.” São Padre Pio de Pietrelcina