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Su Santuario quedó devastado como un desierto, sus fiestas se transformaron en duelo, sus sábados en motivo de burla y su honor en desprecio. (I Macabeos 1, 39)
Todas las fiestas, los sábados, los novilunios y los días fijados para las solemnidades -con los tres días que preceden y siguen a cada fiesta- serán días de inmunidad y exención para todos los judíos residentes en mi reino: (I Macabeos 10, 34)
En todo momento nos acordamos de ustedes, particularmente en las fiestas y en otros días apropiados, cuando ofrecemos los sacrificios y hacemos oración, ya que es justo y conveniente acordarse de los hermanos. (I Macabeos 12, 11)
No se podía observar el sábado, ni celebrar las fiestas de nuestros padres, y ni siquiera declararse judío. (II Macabeos 6, 6)
Por el contrario, todos se veían penosamente forzados a participar del banquete ritual con que se conmemoraba cada mes el nacimiento del rey; y cuando llegaban las fiestas dionisíacas, se los obligaba a seguir el cortejo de Dionisos, coronados de guirnaldas. (II Macabeos 6, 7)
pero estos, en cambio, después de recibir a tu pueblo con fiestas, y de hacerlo participar de sus mismos derechos, lo maltrataron con terribles trabajos. (Sabiduría 19, 16)
Es la ciencia del Señor la que los hizo diferentes, y él diversificó los tiempos y las fiestas: (Eclesiástico 33, 8)
Su curso determina las fiestas: es un astro que decrece después de su plenilunio. (Eclesiástico 43, 7)
dio esplendor a las fiestas, y ordenó perfectamente las solemnidades, haciendo que se alabara el santo nombre del Señor y que resonara el Santuario desde el alba. (Eclesiástico 47, 10)
¡Ay, Ariel, Ariel, ciudad contra la que acampó David! Añadan un año a otro año, que las fiestas completen su ciclo: (Isaías 29, 1)
Mira a Sión, la ciudad de nuestras fiestas, que tus ojos vean a Jerusalén, morada tranquila, carpa que no será desplazada, cuyas estacas no serán arrancadas y cuyas cuerdas no se romperán. (Isaías 33, 20)
Los caminos de Sión están de duelo, porque nadie acude a las fiestas. Todas sus puertas están desoladas, gimen sus sacerdotes, sus vírgenes están afligidas, ¡y qué amargura hay en ella! (Lamentaciones 1, 4)