Encontrados 7884 resultados para: ciudad del Señor

  • y gritaron al ver el humo de su incendio: "¿Qué ciudad hubo nunca semejante a la gran ciudad?". (Apocalipsis 18, 18)

  • Y echándose polvo en sus cabezas, gritaban; y llorando y lamentándose, decían: ¡Ay, ay de la gran ciudad, que con su opulencia enriqueció a cuantos tenían naves en el mar, y en un momento ha sido desolada! (Apocalipsis 18, 19)

  • Después un ángel vigoroso tomó una piedra, como una gran piedra de molino, y la tiró al mar, diciendo: Así, de un golpe, será tirada Babilonia, la gran ciudad, y no se la encontrará jamás. (Apocalipsis 18, 21)

  • Luego oí como una voz de potentes truenos, que decía: ¡Aleluya! El Señor, nuestro Dios, todopoderoso, ha establecido su reino. (Apocalipsis 19, 6)

  • Lleva sobre el manto y sobre su muslo un nombre escrito: "Rey de reyes y Señor de señores". (Apocalipsis 19, 16)

  • Subieron a la superficie de la tierra, y rodearon el campamento de los santos, la ciudad amada; pero cayó fuego del cielo y los devoró. (Apocalipsis 20, 9)

  • Y vi a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo. (Apocalipsis 21, 2)

  • Y me llevó en espíritu sobre un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios (Apocalipsis 21, 10)

  • El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres, los de los doce apóstoles del cordero. (Apocalipsis 21, 14)

  • El que me hablaba tenía una medida de una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. (Apocalipsis 21, 15)

  • La ciudad es un cuadrado, y su largura es igual que su anchura. Midió la ciudad con la medida: dos mil doscientos veinte kilómetros: su largura, su anchura y su altura son iguales. (Apocalipsis 21, 16)

  • La estructura de su muralla es de jaspe, y la ciudad es de oro puro, semejante al del puro cristal. (Apocalipsis 21, 18)


“Queira o dulcíssimo Jesus conservar-nos na Sua graça e dar-nos a felicidade de sermos admitidos, quando Ele quiser, no eterno convívio…” São Padre Pio de Pietrelcina