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Adornaron la fachada del Templo con coronas de oro y escudos, restauraron las entradas y las habitaciones y les pusieron puertas. (1 Macabeos 4, 57)
Fue muy grande la alegría del pueblo; y así echaron al olvido la profanación del Templo por los paganos. (1 Macabeos 4, 58)
Cuando los paganos que vivían alrededor supieron que el altar había sido reconstruido y el Templo restaurado como antes, se enojaron muchísimo (1 Macabeos 5, 1)
Había en ella un templo extraordinariamente rico, en el cual se guardaban armaduras de oro, corazas y armas, que allí había dejado el rey macedonio Alejandro, hijo de Filipo, el primer soberano de los griegos. (1 Macabeos 6, 2)
Supo que los judíos habían destruido el abominable ídolo erigido por él sobre el altar de Jerusalén y habían levantado nuevamente las murallas del Templo a la misma altura que las anteriores; además habían fortificado la ciudad de Betsur. (1 Macabeos 6, 7)
Los hombres de la fortaleza tenían bloqueados a los israelitas en torno al Templo y trataban siempre de hacerles daño; además constituían una fuerza favorable a los paganos. (1 Macabeos 6, 18)
Ahora mismo están acampados contra la fortaleza en Jerusalén, con el intento de apoderarse de ella, y han fortificado el Templo y la ciudad de Betsur. (1 Macabeos 6, 26)
Durante muchos días acampó ante el Templo y puso allí ballestas, máquinas, lanzafuegos, catapultas, escorpiones para lanzar flechas y honderos. (1 Macabeos 6, 51)
Así que quedaron pocos hombres en el Templo, debido al hambre, y los otros se dispersaron. (1 Macabeos 6, 54)
Después de estos acontecimientos, subió Nicanor al monte Sión y algunos sacerdotes salieron del Templo para saludarlo amistosamente y mostrarle el sacrificio que ofrecían por el rey. (1 Macabeos 7, 33)
Estando muy enojado, pronunció este juramento: «Puesto que ustedes no quieren entregar en mis manos a Judas y sus hombres, en cuanto los haya derrotado, volveré a quemar este Templo.» Y se marchó furioso. (1 Macabeos 7, 35)
Los sacerdotes entraron al Templo, se detuvieron delante del altar y del Santuario y, llorando, (1 Macabeos 7, 36)