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El rey salió con toda su casa, a pie, dejando diez concubinas para guardar la casa. (II Samuel 15, 16)
Joab dijo al hombre que le avisaba: «Y viéndole ¿por qué no le has derribado allí mismo en tierra, yo te habría dado diez siclos de plata y un cinturón?» (II Samuel 18, 11)
Luego se acercaron diez jóvenes, escuderos de Joab, que hirieron a Absalón y lo remataron. (II Samuel 18, 15)
Los hombres de Israel respondieron a los hombres de Judá: «Yo tengo diez partes en el rey y además soy el primogénito. ¿Por qué me has menospreciado? ¿No hablé yo primero para hacer volver a mi rey?» Pero las palabras de los hombres de Judá fueron más ásperas que las de los hombres de Israel. (II Samuel 19, 44)
David entró en su casa de Jerusalén; tomó el rey las diez concubinas que había dejado para guardar la casa y las puso bajo custodia. Proveyó a su mantenimiento, pero no se acercó a ellas y estuvieron encerradas hasta el día de su muerte, como viudas de por vida. (II Samuel 20, 3)
diez bueyes cebados y veinte bueyes de pasto, cien cabezas de ganado menor, aparte los ciervos y gacelas, gamos y las aves cebadas. (I Reyes 5, 3)
El Ulam delante del Hekal de la Casa tenía veinte codos de largo en el sentido del ancho de la Casa y diez codos de ancho en el sentido de largo de la Casa. (I Reyes 6, 3)
Hizo en el Debir dos querubines de madera de acebuche de diez codos de altura. (I Reyes 6, 23)
Un ala del querubín tenía cinco codos y la otra ala del querubín cinco codos: diez codos desde la punta de una de sus alas hasta la punta de la otra de sus alas. (I Reyes 6, 24)
El segundo querubín tenía diez codos, las mismas medidas y la misma forma para los dos querubines. (I Reyes 6, 25)
La altura de un querubín era de diez codos y lo mismo el segundo querubín. (I Reyes 6, 26)
El cimiento era de piedras excelentes, grandes piedras, unas de diez codos y otras de ocho; (I Reyes 7, 10)