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Rubén les dijo: «No derraméis sangre. Echadle a ese pozo que hay en el páramo, pere no pongáis la mano sobre él.» Su intención era de salvarle de sus hermanos para devolverle a su padre. (Génesis 37, 22)
Venid vamos a venderle a los ismaelitas, pero no pongamos la mano en él, porque es nuestro hermano, carne nuestra.» Y sus hermanos asintieron. (Génesis 37, 27)
ella concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Er. (Génesis 38, 3)
Volvió a concebir y dio a luz otro hijo, al que llamó Onán. (Génesis 38, 4)
Nuevamente dio a luz otro hijo, al que llamó Selá. Ella se encontraba en Akzib al darle a luz. (Génesis 38, 5)
Pero entonces retiró él la mano, y fue su hermano el que salió. Ella dijo: «¡Cómo te has abierto brecha!» Y le llamó Peres. (Génesis 38, 29)
Detrás salió su hermano, que llevaba en la mano la cinta escarlata, y le llamó Zéraj. (Génesis 38, 30)
«Hemos soñado un sueño - le dijeron - y no hay quien lo interprete.» José les dijo: «¿No son de Dios los sentidos ocultos? Vamos, contádmelo a mí.» (Génesis 40, 8)
Había allí con nosotros un muchacho hebreo, siervo del jefe de los guardias. Le contamos nuestro sueño, y él nos dio el sentido propio de cada cual. (Génesis 41, 12)
Faraón llamó a José Safnat Panéaj y le dio por mujer a Asnat, hija de Poti Fera, sacerdote de On. Y salió José con autoridad sobre el país de Egipto. (Génesis 41, 45)
Llamó José al primogénito Manasés, porque - decia - «Dios me ha hecho olvidar todo mi trabajo y la casa de mi padre,» (Génesis 41, 51)
y al segundo le llamó Efraím, porque - decía - «me ha hecho fructificar Dios en el país de mi aflicción». (Génesis 41, 52)