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¡Qué valiente en la guerra era ese Josué, hijo de Nun, que reemplazó a Moisés como profeta! Como lo dice su nombre, fue grandioso cuando se trataba de librar a los elegidos de Dios. Se vengó de los enemigos que lo atacaban e instaló a Israel en su territorio. (Sirácides (Eclesiástico) 46, 1)
Josué embistió entonces a la nación enemiga, alcanzó a sus adversarios y los masacró en la bajada. Así fue como los paganos probaron sus armas y comprendieron que combatía para el Señor. (Sirácides (Eclesiástico) 46, 6)
Josué siguió siempre al Todopoderoso. En tiempos de Moisés, junto con Caleb, hijo de Jefuné, actuó bien oponiéndose a la multitud, trató de apartar al pueblo del pecado y de hacer callar las murmuraciones de los malvados. (Sirácides (Eclesiástico) 46, 7)
¿Y hacer lo mismo con Josué, hijo de Josedec? Porque ellos reconstruyeron la Casa de Dios; reedificaron el santo templo del Señor, dejándolo listo para una gloria imperecedera. (Sirácides (Eclesiástico) 49, 12)
Yavé demanda a los ancianos y a los jefes de su pueblo: «Ustedes han devorado los frutos de la viña, en sus casas están los despojos del pobre. (Isaías 3, 14)
La luna se pondrá colorada, el sol no sabrá dónde escondersese avergonzará, cuando Yavé de los Ejércitos sea rey sobre el cerro de Sión, en Jerusalén, y aparezca su Gloria ante sus Ancianos. (Isaías 24, 23)
En seguida mandó al superintendente del palacio, Eliaquim, al secretario Sobná y a los sacerdotes ancianos, vestidos de sacos, a ver al profeta Isaías, hijo de Amós, (Isaías 37, 2)
Esta fue la palabra de Yavé: «Anda a comprarte un jarro de greda. Que te acompañen algunos ancianos del pueblo y algunos sacerdotes. (Jeremías 19, 1)
Incluso se levantaron algunos de los ancianos del país y dijeron ante la gente reunida: (Jeremías 26, 17)
Esta es la carta que el profeta Jeremías escribió desde Jerusalén a los ancianos que no habían muerto, sino que estaban cautivos, a los sacerdotes, profetas y al pueblo en general que Nabucodonosor había desterrado de Jerusalén a Babilonia. (Jeremías 29, 1)
Llamé a mis amigos, pero me traicionaron. Mis sacerdotes y mis ancianos han muerto en la ciudad, mientras se buscaban alimento para reanimarse. (Lamentaciones 1, 19)
Los ancianos de la Hija de Sión, en silencio, están sentados en tierra; se echaron ceniza en la cabeza, se vistieron de saco. Las jóvenes de Jerusalén inclinan hasta el suelo la cabeza. (Lamentaciones 2, 10)