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  • Lo acompañaban mil hombres de la tribu de Benjamín. También Sibá, mayordomo de la familia de Saúl, vino con sus quince hijos y veinte servidores. Pasaron el Jordán antes que el rey y se pusieron a su disposición, (2 Samuel 19, 18)

  • Al oír esto, todos los invitados de Adonías se pusieron a temblar de miedo y, levantándose, se fueron cada uno por su lado. (1 Reyes 1, 49)

  • Entró Betsabé a ver al rey Salomón para hablarle en favor de Adonías. Se levantó el rey para recibirla y se postró ante ella; se sentó después en su trono y pusieron un trono para la madre del rey, la cual se sentó a su derecha. (1 Reyes 2, 19)

  • Y añadió: «Tráiganme una espada.» Cuando se la pusieron delante, dijo: (1 Reyes 3, 24)

  • El cuarto año del reinado de Salomón, en el mes de Ziv, se pusieron los cimientos de la Casa de Yavé, (1 Reyes 6, 37)

  • Entonces los malvados se pusieron delante de él y lo acusaron diciendo: «Nabot ha maldecido a Dios y al rey.» Lo hicieron salir de la ciudad y lo mataron a pedradas. (1 Reyes 21, 13)

  • Eliseo, pues, se fue con ellos y, llegando al Jordán, se pusieron a cortar árboles. (2 Reyes 6, 4)

  • Apenas les llegó esta carta, apresaron a los hijos del rey, los degollaron a los setenta y pusieron sus cabezas en canastos que mandaron a Jezrael. (2 Reyes 10, 7)

  • Resulta que en ese momento unas personas estaban sepultando a un difunto, cuando divisaron a los moabitas. De prisa tiraron el cadáver al sepulcro de Eliseo y se pusieron a salvo. Pero el hombre, al tocar los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso de pie. (2 Reyes 13, 21)

  • Se pusieron imágenes y troncos sagrados sobre todas las lomas y bajo todo árbol frondoso. (2 Reyes 17, 10)

  • Un día que estaba arrodillado en el templo de su dios Nisroc, sus hijos Adrammélec y Saréser lo asesinaron a puñaladas y luego se pusieron a salvo en el país de Ararat. Le sucedió en el trono su hijo Asarjadón. (2 Reyes 19, 37)

  • De la tribu de los hijos de Judá, de la tribu de los hijos de Simeón y de la tribu de los hijos de Benjamín, les tocaron en suerte las ciudades a las que pusieron sus nombres. (1 Crónicas 6, 50)


“A cada vitória sobre o pecado corresponde um grau de glória eterna”. São Padre Pio de Pietrelcina