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El que recibe a un hombre justo por ser justo, recibirá la recompensa que corresponde a un justo. (Evangelio según San Mateo 10, 41)
Asimismo, el que dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, porque es discípulo, no quedará sin recompensa: soy yo quien se lo digo.» (Evangelio según San Mateo 10, 42)
«Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa.» (Evangelio según San Marcos 9, 41)
Y Jesús contestó: «En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. (Evangelio según San Marcos 10, 29)
Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el cielo. Recuerden que de esa manera trataron también a los profetas en tiempos de sus padres. (Evangelio según San Lucas 6, 23)
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande, y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y los pecadores. (Evangelio según San Lucas 6, 35)
¡Qué suerte para ti, si ellos no pueden compensarte! Pues tu recompensa la recibirás en la resurrección de los justos.» (Evangelio según San Lucas 14, 14)
Al ver los nativos a la víbora colgando de la mano de Pablo, se dijeron unos a otros: «Sin duda éste es un asesino. Aunque se haya salvado del mar, la justicia divina no lo deja vivir.» (Hecho de los Apóstoles 28, 4)
Enseñamos el misterio de la sabiduría divina, el plan secreto que estableció Dios desde el principio para llevarnos a la gloria. (1º Carta a los Corintios 2, 7)
Si lo hiciera por decisión propia, podría esperar recompensa, pero si fue a pesar mío, no queda más que el cargo. (1º Carta a los Corintios 9, 17)
Entonces, ¿cómo podré merecer alguna recompensa? Dando el Evangelio gratuitamente, y sin hacer valer mis derechos de evangelizador. (1º Carta a los Corintios 9, 18)
El, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, (Carta a los Filipenses 2, 6)