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  • Ahora bien, ustedes verán en Babilonia dioses de plata, de oro y de madera, que son llevados a hombros, e infunden temor a las naciones. (Baruc 6, 3)

  • Tengan cuidado, entonces, no sea que también ustedes se hagan semejantes a los extranjeros y se dejen invadir por el temor a esos dioses, (Baruc 6, 4)

  • La lengua de esos dioses, en efecto, ha sido limada por un artífice, y aunque ellos están recubiertos de oro y plata, son falsos y no pueden hablar. (Baruc 6, 7)

  • Como para una joven que le gusta adornarse, esa gente toma oro y fabrica coronas para las cabezas de sus dioses. (Baruc 6, 8)

  • También, algunas veces, los sacerdotes sustraen a sus dioses el oro y la plata, que gastan para sí mismos y los dan, incluso, a las prostitutas sagradas. (Baruc 6, 9)

  • Adornan con vestidos a estos dioses de plata, oro y madera, como si fueran hombres, pero ellos no pueden librarse del orín y de la polilla, (Baruc 6, 10)

  • Por todo esto aparece claro que ellos no son dioses: no los teman, entonces. (Baruc 6, 14)

  • Así como una vasija rota ya no sirve para nada, así sucede también con sus dioses, una vez instalados en sus templos: (Baruc 6, 15)

  • Y así como a un hombre que ha ofendido al rey, se lo encierra en una celda, porque está condenado a muerte, así también los sacerdotes refuerzan los templos de esos dioses con puertas, cerrojos y trancas, para que no sean despojados por los ladrones. (Baruc 6, 17)

  • Encienden lámparas, en mayor número aún que para sí mismos, aunque los dioses no pueden ver ninguna de ellas. (Baruc 6, 18)

  • Por todo esto, ustedes reconocerán que no son dioses: no los teman, entonces. (Baruc 6, 22)

  • Como no tienen pies, son llevados en andas, mostrando así a los hombres que no valen nada. Y sus propios servidores también tienen que avergonzarse, porque si esos dioses caen por tierra, ellos tienen que levantarlos. (Baruc 6, 25)


“Não desperdice suas energias em coisas que geram preocupação, perturbação e ansiedade. Uma coisa somente é necessária: elevar o espírito e amar a Deus.” São Padre Pio de Pietrelcina