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Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor. (Filipenses 4, 1)
Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos. (I Tesalonicenses 2, 8)
Y si sus dueños son creyentes, que no los respeten menos por el hecho de ser hermanos. Al contrario, que pongan mayor empeño en servirlos, porque así benefician a hermanos queridos en la fe. Enseña todo esto, e insiste en ello. (I Timoteo 6, 2)
Queridos hermanos, aunque nos hayamos expresado de este modo, estamos convencidos de que ustedes se encuentran en la condición mejor, la que conduce a la salvación. (Hebreos 6, 9)
No se engañen, queridos hermanos. (Santiago 1, 16)
Tengan bien presente, hermanos muy queridos, que debemos estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y para enojarnos. (Santiago 1, 19)
Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? (Santiago 2, 5)
Queridos míos, yo los exhorto, como a gente de paso y extranjeros: no cedan a los deseos carnales que combaten contra el alma. (I Pedro 2, 11)
Queridos míos, no se extrañen de la violencia que se ha desatado contra ustedes para ponerlos a prueba, como si les sucediera algo extraordinario. (I Pedro 4, 12)
Queridos hermanos, esta es la segunda carta que les escribo. En las dos les he recomendado algunas cosas, para que tengan un criterio exacto. (II Pedro 3, 1)
Pero ustedes, queridos hermanos, no deben ignorar que, delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día. (II Pedro 3, 8)
Por eso, queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche. (II Pedro 3, 14)