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  • Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. (Filipenses 1, 22)

  • pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo. (Filipenses 1, 24)

  • Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. (Filipenses 3, 21)

  • Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo, (Colosenses 1, 18)

  • Pero ahora, él los ha reconciliado en el cuerpo carnal de su Hijo, entregándolo a la muerte, a fin de que ustedes pudieran presentarse delante de él como una ofrenda santa, inmaculada e irreprochable. (Colosenses 1, 22)

  • Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Colosenses 1, 24)

  • Aunque ausente con el cuerpo, estoy presente en espíritu, y me alegro al ver el orden que reina entre ustedes y la firmeza de la fe que tienen en Cristo. (Colosenses 2, 5)

  • En él fueron circuncidados, no por mano de hombre, sino por una circuncisión que los despoja del cuerpo carnal, la circuncisión de Cristo. (Colosenses 2, 11)

  • Todas esas cosas no son más que la sombra de una realidad futura, que es el Cuerpo de Cristo. (Colosenses 2, 17)

  • pero no se mantiene unida a la Cabeza que vivifica a todo el Cuerpo y le da cohesión por medio de las articulaciones y de los ligamentos, a fin de que su crecimiento se realice en Dios. (Colosenses 2, 19)

  • Estas doctrinas tienen una cierta apariencia de sabiduría por su «religiosidad», su «humildad» y su «desprecio del cuerpo», pero carecen de valor y sólo satisfacen los deseos de la carne. (Colosenses 2, 23)

  • Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias. (Colosenses 3, 15)


“De que vale perder-se em vãos temores?” São Padre Pio de Pietrelcina