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Aborrezcan el mal, amen el bien, y hagan triunfar el derecho en la Puerta: tal vez el Señor, Dios de los ejércitos, tenga piedad del resto de José. (Amós 5, 15)
beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de José. (Amós 6, 6)
¡La casa de Jacob será un fuego, la casa de José, una llama y la casa de Esaú, la paja! La abrasarán y la consumirán, y no habrá sobrevivientes en la casa de Esaú, porque ha hablado el Señor. (Abdías 1, 18)
Porque los ídolos dan respuestas vanas, y los adivinos ven visiones engañosas, relatan sueños quiméricos y dan consuelos ilusorios. Por eso la gente ha partido como un rebaño, están afligidos porque no tienen pastor. (Zacarías 10, 2)
Yo fortificaré a la casa de Judá y salvaré a la casa de José. Los restableceré porque tendré piedad de ellos, y serán como si yo no los hubiera rechazado, porque yo soy el Señor, su Dios, y los escucharé. (Zacarías 10, 6)
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. (Mateo 1, 16)
Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. (Mateo 1, 18)
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. (Mateo 1, 19)
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. (Mateo 1, 20)
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, (Mateo 1, 24)
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 12)
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». (Mateo 2, 13)