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y esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna. (I Juan 2, 25)
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. (I Juan 3, 3)
y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. (I Juan 4, 3)
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. (I Juan 4, 4)
Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. (I Juan 4, 11)
Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. (I Juan 5, 11)
En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. (I Juan 5, 14)
Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, (II Juan 1, 10)
Por eso, cuando vaya, le recordaré las cosas que está haciendo, criticándonos con palabras llenas de malicia; y como si no fuera bastante, tampoco recibe a los hermanos, impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la Iglesia. (III Juan 1, 10)
Porque se han introducido solapadamente algunos que hace tiempo la Escritura señaló ya para esta sentencia. Son impíos, que conviertan en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y Señor nuestro Jesucristo. (Judas 1, 4)
son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre. (Judas 1, 13)
Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca. (Apocalipsis 1, 3)