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Pero serán sus esclavos, para que puedan comparar lo que es servirme y ser esclavo de reyes extranjeros.» (2 Crónicas 12, 8)
Desde los días de nuestros padres hasta hoy hemos sido muy culpables; por nuestros crímenes fuimos entregados, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes, en manos de los reyes extranjeros; fuimos destinados a la espada, a la cautividad, al saqueo; anduvimos avergonzados, al igual que hoy. (Esdras 9, 7)
La raza de Israel se separó de todos los extranjeros y, puestos de pie, confesaron sus pecados y los de sus padres. (Nehemías 9, 2)
Cada tres años repartía el tercer diezmo a los huérfanos, viudas y extranjeros que convivían con los israelitas, celebrando una comida con ellos conforme a lo ordenado en la ley de Moisés y a los preceptos de Débora, madre de mi padre, la cual me crió cuando me quedé huérfano por la muerte de mi padre. (Tobías 1, 8)
Calmado el alboroto de la asamblea, Holofernes, jefe supremo del ejército de Asiria, dijo a Ajior y a los moabitas delante de los pueblos extranjeros: (Judit 6, 1)
«Señor, Dios de mi padre Simeón, a él le diste una espada para castigar a aquellos extranjeros que violaron a una virgen ultrajándola, que desnudaron su cuerpo para su propia vergüenza y que profanaron su seno para su propia deshonra. Ellos hicieron eso, aunque tú dijiste: (Judit 9, 2)
Los hijos de extranjeros me adulan, apenas oyen mi voz, me obedecen. (Salmos 18, 45)
Los extranjeros pierden el ánimo, y salen temblando de sus fortalezas. (Salmos 18, 46)
Pero en cuanto caí, se alegraron y se juntaron todos contra mí como extranjeros o desconocidos. (Salmos 35, 15)
Desde lo alto tiéndeme tus manos, sálvame sacándome de las aguas profundas y de manos de los hijos de extranjeros, (Salmos 144, 7)
A causa de ellos, huyeron los habitantes de Jerusalén, que se convirtió en una colonia de extranjeros y fue extranjera para sus hijos, que la abandonaron. (1 Macabeos 1, 38)
Lograron formar un ejército y comenzaron a hacer justicia de los pecadores y renegados. Estos tuvieron que huir a países extranjeros para salvarse. (1 Macabeos 2, 44)