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  • Que nuestra fuerza sea la norma de la justicia, porque está visto que la debilidad no sirve para nada. (Sabiduría 2, 11)

  • Ella despliega su fuerza de un extremo hasta el otro, y todo lo administra de la mejor manera. (Sabiduría 8, 1)

  • y le dio la fuerza para dominar todas las cosas. (Sabiduría 10, 2)

  • Tu inmenso poder está siempre a tu disposición, ¿y quién puede resistir a la fuerza de tu brazo? (Sabiduría 11, 21)

  • Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. (Sabiduría 12, 16)

  • Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. (Sabiduría 12, 17)

  • Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. (Sabiduría 12, 18)

  • Los impíos que rehusaban conocerte fueron golpeados por la fuerza de tu brazo: los acosaron lluvias insólitas, granizadas, aguaceros implacables, y el fuego los consumió. (Sabiduría 16, 16)

  • Otras veces, dentro mismo del agua, las llamas ardían con una fuerza superior a la del fuego, para destruir las cosechas de una tierra injusta. (Sabiduría 16, 19)

  • Ningún fuego tenía fuerza suficiente para alumbrar, ni el resplandor brillante de las estrellas lograba iluminar aquella horrible noche. (Sabiduría 17, 5)

  • Él venció la animosidad divina, no con la fuerza del cuerpo ni con el poder de las armas, sino que, por medio de la palabra, hizo entrar en razón al que infligía el castigo, recordándole las alianzas y los juramentos hechos a los Padres. (Sabiduría 18, 22)

  • La fuerza de las cosas los arrastraba con toda justicia a ese extremo y les hacía olvidar lo que había sucedido, para que terminaran de sufrir el castigo que aún faltaba a sus tormentos: (Sabiduría 19, 4)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina