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Hermanos, os digo que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni lo corruptible heredará lo incorruptible. (I Corintios 15, 50)
envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas. Os advierto, como ya antes os advertí, que los que se entregan a estas cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5, 21)
Porque tened bien entendido que ningún lujurioso, impuro o avaro -que es lo mismo que un idólatra- ha de heredar el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5, 5)
que nos rescató del poder de las tinieblas y nos transportó al reino de su Hijo querido, (Colosenses 1, 13)
y Jesús, llamado Justo. Éstos son los únicos judíos que trabajan conmigo por el reino de Dios; ellos me sirvieron de consuelo. (Colosenses 4, 11)
y así os exhortábamos, os animábamos y os alentábamos a llevar una vida digna de Dios, que os llama a su reino y a su gloria. (I Tesalonicenses 2, 12)
Esto es una manifestación del justo juicio de Dios, para haceros así dignos de su reino, por el cual padecéis. (II Tesalonicenses 1, 5)
El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (II Timoteo 4, 18)
Del Hijo, en cambio, afirma: Tu trono, oh Dios, dura eternamente; y: el cetro de tu reino es cetro de justicia. (Hebreos 1, 8)
Así pues, puesto que entramos en posesión de un reino inmutable, retengamos firmemente la gracia, y por ella ofrezcamos a Dios un culto agradable con reverencia y con respeto. (Hebreos 12, 28)
Mis queridos hermanos, escuchad. ¿No ha elegido Dios a los pobres según el mundo para ser ricos en la fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Santiago 2, 5)
y se os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (II Pedro 1, 11)