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¡Claro que también es Dios de esas naciones! Pues solamente él es Dios, quien salva al pueblo circuncidado a causa de su fe y a los otros pueblos cuando llegan a la fe. (Carta a los Romanos 3, 30)
En efecto, ¿qué dice la Escritura? Abrahán creyó a Dios, quien se lo tomó en cuenta para hacerlo justo. (Carta a los Romanos 4, 3)
Feliz el hombre a quien Dios no le toma en cuenta su pecado. (Carta a los Romanos 4, 8)
No soy yo quien obra el mal, sino el pecado que habita en mí. Bien sé que el bien no habita en mí, quiero decir, en mi carne. (Carta a los Romanos 7, 17)
¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, o de esta muerte? (Carta a los Romanos 7, 24)
¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Carta a los Romanos 8, 31)
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios mismo los declara justos. (Carta a los Romanos 8, 33)
¿Quién los condenará? ¿Acaso será Cristo, el que murió y, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros? (Carta a los Romanos 8, 34)
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? (Carta a los Romanos 8, 35)
Dice sin embargo a Moisés: Seré misericordioso con quien quiera serlo, y me compadeceré de quien quiera compadecerme. (Carta a los Romanos 9, 15)
Así que Dios usa de misericordia con quien quiera y endurece el corazón de quien quiera. (Carta a los Romanos 9, 18)
Pero, amigo, ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? Acaso dirá la arcilla al que la modeló: ¿Por qué me hiciste así? (Carta a los Romanos 9, 20)