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  • Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel, y él los entregó en manos de los filisteos y de los amonitas. (Jueces 10, 7)

  • El Señor, el Dios de Israel, entregó en manos de los israelitas a Sijón con todas sus tropas. Israel los derrotó y ocupó todo el país de los amorreos que habitaban en esa región. (Jueces 11, 21)

  • Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. (Jueces 11, 32)

  • Al ver que nadie venía en mi ayuda, marché contra los amonitas arriesgando mi propia vida, y el Señor los entregó en mis manos. ¿Por qué entonces han subido hoy a hacerme la guerra?". (Jueces 12, 3)

  • Los israelitas volvieron a hacer lo que es malo a los ojos del Señor, y el Señor los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años. (Jueces 13, 1)

  • Luego el espíritu del Señor se apoderó de Sansón; él bajó a Ascalón y allí mató a treinta hombres. Después de recoger sus despojos, entregó la ropa a los que habían acertado la adivinanza, y regresó furioso a la casa de su padre. (Jueces 14, 19)

  • Así, cuando él devolvió la plata a su madre, ella tomó doscientos siclos de plata y se los entregó al orfebre. Este hizo una estatua revestida de metal fundido, y la pusieron en la casa de Miqueas. (Jueces 17, 4)

  • y añadió: "Me entregó esta media bolsa de cebada, diciéndome que no debía volver con las manos vacías a la casa de mi suegra". (Rut 3, 17)

  • Pero ellos olvidaron al Señor, su Dios, y él los entregó en manos de Sísara, el jefe del ejército de Jasor, y en manos de los filisteos y del rey de Moab, que les hicieron la guerra. (I Samuel 12, 9)

  • Luego Jonatán entregó sus armas al niño y le dijo: "Ve y lleva esto a la ciudad". (I Samuel 20, 40)

  • Ajimélec consultó por él al Señor, le dio provisiones y le entregó la espada de Goliat, el filisteo". (I Samuel 22, 10)

  • David interrogó de nuevo al Señor, y el Señor le respondió, diciendo: "Baja ya mismo a Queilá, porque yo entrego a los filisteos en tus manos". (I Samuel 23, 4)


“A divina bondade não só não rejeita as almas arrependidas, como também vai em busca das almas teimosas”. São Padre Pio de Pietrelcina