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  • Y si cualquier israelita o cualquiera de los extranjeros que residen en medio de ustedes, caza un animal o un pájaro de esos que está permitido comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. (Levítico 17, 13)

  • Cuando entren en la tierra y planten árboles frutales de todas clases, deberán considerar sus frutos como algo prohibido: durante tres años los dejarán incircuncisos, y no se los podrá comer. (Levítico 19, 23)

  • Y sólo en el quinto año, podrán comer los frutos y almacenar el producto para provecho de ustedes mismos. Yo soy el Señor, su Dios. (Levítico 19, 25)

  • y les aseguré a ustedes que poseerían su suelo, esa tierra que mana leche y miel, la tierra que yo les daré en posesión. Yo soy el Señor, su Dios, que los separé de los otros pueblos. (Levítico 20, 24)

  • Podrá comer, en cambio, el alimento de su Dios, tanto las cosas santísimas como las santas. (Levítico 21, 22)

  • Ningún descendiente de Aarón que sea leproso o padezca de blenorrea, podrá comer de los dones sagrados hasta que quede purificado. Si alguien toca lo que se ha vuelto impuro a causa de un cadáver, o si tiene una eyaculación, (Levítico 22, 4)

  • Al ponerse el sol quedará puro, y entonces podrá comer de las cosas sagradas, porque son su alimento. (Levítico 22, 7)

  • Ningún extraño podrá comer de las cosas sagradas, ni tampoco lo harán el huésped o el jornalero de un sacerdote. (Levítico 22, 10)

  • Pero si un sacerdote adquiere con su dinero un esclavo, este podrá comer de las cosas sagradas; y también los esclavos nacidos en su casa podrán comer de su pan. (Levítico 22, 11)

  • Si la hija de un sacerdote se casa con alguien que no es sacerdote, ella no podrá comer de las ofrendas sagradas. (Levítico 22, 12)

  • Pero si la hija de un sacerdote queda viuda o es repudiada y, no teniendo hijos, vuelve a la casa de su padre como en su juventud, podrá comer del pan de su padre. Ningún extraño comerá de él; (Levítico 22, 13)

  • o que carguen con un pecado que exige una reparación, por comer esos dones sagrados. Porque yo soy el Señor, que los santifico. (Levítico 22, 16)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina