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Bajo el efecto del vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y plata que su padre Nabucodonosor se había llevado del Templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey, sus dignatorios, sus mujeres y sus concubinas. (Daniel 5, 2)
El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.» (Daniel 9, 27)
El rey se dirigió, pues, con Daniel al templo de Bel, (Daniel 14, 10)
Daniel mandó a sus criados que trajeran ceniza y la esparcieran por todo el suelo del templo, sin más testigo que el rey. Luego salieron, cerraron la puerta, la sellaron con el anillo real, y se fueron. (Daniel 14, 14)
Y el rey mandó matarlos y entregó a Bel en manos de Daniel, el cual lo destruyó, así como su templo. (Daniel 14, 22)
Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; (Amós 2, 6)
para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?» (Amós 8, 6)
Yo dije: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo? (Jonás 2, 5)
Cuando mi alma en mí desfallecía me acordé de Yahveh, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. (Jonás 2, 8)
¡Escuchad, pueblos todos, atiende tierra y cuanto encierras! ¡Sea testigo Yahveh contra vosotros, el Señor desde su santo Templo! (Miqueas 1, 2)
Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por salario, sus profetas vaticinan por dinero, y se apoyan en Yahveh diciendo: «¿No está Yahveh en medio de nosotros? ¡No vendrá sobre nosotros ningún mal!» (Miqueas 3, 11)
Mas Yahveh está en su santo Templo: ¡silencio ante él, tierra entera! (Habacuc 2, 20)