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  • Pero cuando los suyos vieron a aquel gran número de enemigos, se llenaron de miedo y muchos huyeron del campo, quedando sólo ochocientos hombres. (I Macabeos 9, 6)

  • Levantaron la vista y vieron, en medio de un rumor confuso, un cortejo numeroso, el esposo, sus amigos y hermanos, que avanzaban hacia ellos con tamboriles, instrumentos musicales y rica armadura. (I Macabeos 9, 39)

  • Cuando los acusadores vieron los honores que se le rendían a la voz del heraldo y que estaba vestido de púrpura, huyeron todos. (I Macabeos 10, 64)

  • Cuando los perseguidores los vieron dispuestos a luchar por su vida, se volvieron. (I Macabeos 12, 51)

  • Muy de mañana avanzaban por la llanura, cuando vieron que un ejército numeroso de infantería y de caballería les salía al encuentro. Sólo un torrente los separaba. (I Macabeos 16, 5)

  • Durante cuarenta días se vieron en toda la ciudad carreras de jinetes corriendo por el aire, con vestiduras de oro, armados de lanzas y formados en escuadrones, (II Macabeos 5, 2)

  • Se apoderaron del dinero de los que habían venido a comprarlos a ellos y los persiguieron largo trecho; pero a causa de la hora tardía, se vieron obligados a volverse. (II Macabeos 8, 25)

  • Cuando estaba más trabada la batalla, los enemigos vieron en el cielo cinco hombres resplandecientes que, montados sobre caballos con bridas de oro, defendían y acaudillaban a los judíos. (II Macabeos 10, 29)

  • Terminada la batalla, y mientras volvían llenos de alegría, vieron que el mismo Nicanor yacía en tierra muerto, con toda su armadura. (II Macabeos 15, 28)

  • Pues lo que sirvió de castigo para sus enemigos fue favor para ellos cuando se vieron en necesidad. (Sabiduría 11, 5)

  • Más tarde vieron un nuevo modo de nacer las aves, cuando impulsados por el apetito pidieron manjares regalados (Sabiduría 19, 11)

  • Sus ojos vieron la grandeza de su gloria, sus oídos oyeron su voz majestuosa. (Eclesiástico 17, 13)


“Onde não há obediência, não há virtude. Onde não há virtude, não há bem, não há amor; e onde não há amor, não há Deus; e sem Deus não se chega ao Paraíso. Tudo isso é como uma escada: se faltar um degrau, caímos”. São Padre Pio de Pietrelcina