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  • Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. (Daniel 13, 34)

  • «Quítenle sus ropas sucias y pónganle un traje de gala. Coloquen además en su cabeza una corona reluciente.» Lo vistieron con el traje de fiesta y pusieron en su cabeza la corona reluciente. (Zacarías 3, 5)

  • Después de esta entrevista con el rey, los Magos se pusieron en camino; y fíjense: la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. (Evangelio según San Mateo 2, 9)

  • Y se pusieron a gritar: «¡No te metas con nosotros, Hijo de Dios! ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?» (Evangelio según San Mateo 8, 29)

  • Al verlo caminando sobre el mar, se asustaron y exclamaron: «¡Es un fantasma!» Y por el miedo se pusieron a gritar. (Evangelio según San Mateo 14, 26)

  • y le matarán. Pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes. (Evangelio según San Mateo 17, 23)

  • Se le acercaron unos fariseos, y lo pusieron a prueba con esta pregunta: «¿Está permitido a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?» (Evangelio según San Mateo 19, 3)

  • y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con artimaña y darle muerte. (Evangelio según San Mateo 26, 4)

  • Entonces se pusieron de acuerdo para comprar con aquel dinero el Campo del Alfarero y lo destinaron para cementerio de extranjeros. (Evangelio según San Mateo 27, 7)

  • Le quitaron sus vestidos y le pusieron una capa de soldado de color rojo. (Evangelio según San Mateo 27, 28)

  • Después le colocaron en la cabeza una corona que habían trenzado con espinos y en la mano derecha le pusieron una caña. Doblaban la rodilla ante Jesús y se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!» (Evangelio según San Mateo 27, 29)

  • Cuando terminaron de burlarse de él, le quitaron la capa de soldado, le pusieron de nuevo sus ropas y lo llevaron a crucificar. (Evangelio según San Mateo 27, 31)


“Há alegrias tão sublimes e dores tão profundas que não se consegue exprimir com palavras. O silêncio é o último recurso da alma, quando ela está inefavelmente feliz ou extremamente oprimida!” São Padre Pio de Pietrelcina