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  • Me entregaste tu escudo victorioso y tu mano derecha me sostuvo; me engrandeciste con tu triunfo, (II Samuel 22, 36)

  • ¿No has sido tú, Dios nuestro, el que expulsaste a los habitantes de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y se la entregaste para siempre a los descendientes de tu amigo Abraham? (II Crónicas 20, 7)

  • Tú les entregaste reinos y pueblos, y se los repartiste como zona fronteriza; tomaron posesión del país de Sijón, rey de Jesbón, y del país de Og, rey de Basán. (Nehemías 9, 22)

  • Tú los entregaste en manos de sus opresores, y ellos los oprimían. En el momento de la opresión, clamaban a ti; tú los escuchabas desde el cielo y, por tu gran misericordia, les mandabas salvadores que los salvaban de sus opresores. (Nehemías 9, 27)

  • Tú fuiste paciente con ellos durante muchos años; les advertiste con tu espíritu, por medio de tus profetas; pero ellos no escucharon y tú los entregaste en manos de otros pueblos. (Nehemías 9, 30)

  • Durante su reinado, en medio de los grandes bienes que les concediste, y en la tierra espaciosa y fértil que les entregaste, ellos no te sirvieron ni se convirtieron de sus malas acciones. (Nehemías 9, 35)

  • Ellos desoyeron tus mandamientos y tú nos entregaste al saqueo, al cautiverio y a la muerte, exponiéndonos a las burlas, a las habladurías y al escarnio de las naciones donde nos has dispersado. (Tobías 3, 4)

  • Por eso entregaste a sus jefes a la masacre, y así su lecho, envilecido por su engaño, también por un engaño quedó ensangrentado. Bajo tus golpes, cayeron muertos los esclavos con sus príncipes y los príncipes, sobre sus tronos. (Judit 9, 3)

  • Tú entregaste sus mujeres al pillaje y sus hijas al cautiverio, y dejaste todos sus despojos para que fueran repartidos entre tus hijos predilectos, los cuales, enardecidos de celo por causa de ti y horrorizados por la mancha infligida a su propia sangre, habían invocado tu ayuda. ¡Dios, Dios mío, escucha ahora la plegaria de este viuda! (Judit 9, 4)

  • Ahora nosotros hemos pecado contra ti, y tú nos entregaste en manos de nuestros enemigos, (Ester 14, 6)

  • Me entregaste tu escudo victorioso y tu mano derecha me sostuvo; me engrandeciste con tu triunfo, (Salmos 18, 36)

  • no me entregaste al poder del enemigo, me pusiste en un lugar espacioso. (Salmos 31, 9)


“A divina bondade não só não rejeita as almas arrependidas, como também vai em busca das almas teimosas”. São Padre Pio de Pietrelcina