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  • En cuanto vio esto el rey de Ay, se dieron prisa, se levantaron temprano y salieron él y toda su gente a presentar batalla a Israel en la bajada, frente a la Arabá, sin saber que tenía una emboscada a espaldas de la ciudad. (Josué 8, 14)

  • Toda la gente que estaba en la ciudad se puso a dar grandes alaridos saliendo tras ellos y al perseguir a Josué, se alejaron de la ciudad. (Josué 8, 16)

  • No quedó un solo hombre en Ay (ni en Betel) que no saliera en persecución de Israel. Y dejaron la ciudad abierta por perseguir a Israel. (Josué 8, 17)

  • Yahveh dijo entonces a Josué: «Tiende hacia Ay el dardo que tienes en tu mano porque en tu mano te la entrego.» Josué tiendió el dardo que tenía en la mano hacia la ciudad. (Josué 8, 18)

  • Tan pronto como extendió la mano, los emboscados surgieron rápidemente de su puesto, corrieron y entraron en la ciudad, se apoderaron de ella y a toda prisa la incendiaron. (Josué 8, 19)

  • Cuando los hombres de Ay volvieron la vista atrás y vieron la humareda que subía de la ciudad hacia el cielo, no tuvieron fuerza para huir por un lado o por otro. El pueblo que iba huyendo hacia el desierto se volvió contra los perseguidores. (Josué 8, 20)

  • Viendo Josué y todo Israel que los emboscados habían tomado la ciudad y que subía de ella una humareda, se volvieron y batieron a los hombres de Ay. (Josué 8, 21)

  • Los otros salieron de la ciudad a su encuentro, de modo que los hombres de Ay se encontraron en medio de los israelitas, unos por un lado y otros por otro. Estos los derrotaron hasta que no quedó superviviente ni fugitivo. (Josué 8, 22)

  • Israel se repartió solamente el ganado y los despojos de dicha ciudad, según la orden que Yahveh había dado a Josué. (Josué 8, 27)

  • Al rey de Ay lo colgó de un árbol hasta la tarde; y a la puesta del sol ordenó Josué que bajaran el cadáver del árbol. Lo echaron luego a la entrada de la puerta de la ciudad y amontonaron sobre él un gran montón de piedras, que existe todavía hoy. (Josué 8, 29)

  • Se atemorizó mucho con ello, porque Gabaón era una ciudad grande, como una ciudad real, mayor que Ay, y todos sus hombres eran valientes. (Josué 10, 2)

  • no hubo ciudad que hiciera paz con los israelitas, excepto los jivitas que vivían en Gabaón: de todas se apoderaron por la fuerza. (Josué 11, 19)


“Não queremos aceitar o fato de que o sofrimento é necessário para nossa alma e de que a cruz deve ser o nosso pão cotidiano. Assim como o corpo precisa ser nutrido, também a alma precisa da cruz, dia a dia, para purificá-la e desapegá-la das coisas terrenas. Não queremos entender que Deus não quer e não pode salvar-nos nem santificar-nos sem a cruz. Quanto mais Ele chama uma alma a Si, mais a santifica por meio da cruz.” São Padre Pio de Pietrelcina