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  • ¡Clamor de guerra en el país, desastre inmenso! (Jeremías 50, 22)

  • Empuñan arco y jabalina, son bárbaros e inexorables; su ruido es como el bramido del mar; van a caballo, armado cada uno para la guerra contra Babilonia. (Jeremías 50, 42)

  • Tú has sido un martillo en mis manos, un arma de guerra. Contigo he machacado a las naciones, contigo he destruido muchos reinos; (Jeremías 51, 20)

  • abrieron una brecha en el muro de la ciudad, y el rey y todos los hombres de guerra salieron huyendo durante la noche por el camino de la puerta situada entre los dos muros, junto al jardín del rey -los caldeos cercaban la ciudad-, y tomaron el camino de la Arabá. (Jeremías 52, 7)

  • Entre los ciudadanos hizo prisionero a un eunuco, comisario de los hombres de guerra, y a siete familiares del rey que fueron encontrados en la ciudad; al secretario del jefe del ejército, encargado del reclutamiento, y a sesenta hombres del pueblo que se encontraban en la ciudad. (Jeremías 52, 25)

  • Allí nacieron los gigantes, los famosos de antiguo, de elevada estatura, expertos en la guerra. (Baruc 3, 26)

  • Otro tiene en su diestra espada y hacha, pero no puede defenderse de la guerra o de los ladrones. (Baruc 6, 13)

  • Cuando sobreviene una guerra o alguna calamidad, los sacerdotes andan pensando dónde refugiarse con sus dioses. (Baruc 6, 48)

  • ¿Cómo, pues, no comprender que no son dioses los que no pueden salvarse de la guerra y de las calamidades? (Baruc 6, 49)

  • No le apoyará el Faraón en la guerra con grandes fuerzas ni muchos hombres cuando se levanten terraplenes y se construyan baluartes de asedio para exterminar a muchas personas. (Ezequiel 17, 17)

  • La suerte cae a su derecha: Jerusalén, para situar arietes, dar órdenes de matanza, lanzar el grito de guerra, levantar arietes contra las puertas, amontonar terraplenes, disponer el cerco. (Ezequiel 21, 27)

  • No yacen con los héroes caídos de antiguo, que bajaron al abismo con sus armas de guerra, cuyas espadas les fueron puestas bajo la cabeza y los escudos debajo de sus huesos, porque el terror de los héroes campeaba en la tierra de los vivos. (Ezequiel 32, 27)


“O Anjo de Deus não nos abandona jamais.” São Padre Pio de Pietrelcina