Carta a los Hebreos, 9

12. Y no fue la sangre de chivos o de novillos la que le abrió el santuario, sino su propia sangre, cuando consiguió de una sola vez la liberación definitiva.

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Hebreos 9 trata principalmente de la comparación entre el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio de Jesucristo, quien se ofreció como un sacrificio eterno. Además, el capítulo también destaca la importancia de la sangre en la remisión de los pecados y la necesidad de una sola muerte para expiar los pecados de toda la humanidad.

Levítico 17:11: "Por la vida de la carne está en la sangre. Vendré al altar para hacer expiación por tus almas, porque es la sangre la que hará expiación en virtud de la vida". Este versículo enfatiza la importancia de la sangre como un medio de expiación por los pecados.

Hebreos 9:22: "Y casi todas las cosas, según la ley, se purifican con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión". Este versículo refuerza la importancia de la sangre en la remisión de los pecados y destaca la necesidad de un sacrificio derramado de sangre para la remisión.

Isaías 53:5-6: "Pero fue herido por nuestras transgresiones y terreno por nuestras iniquidades; el castigo que nos trae la paz fue sobre él, y por sus pasos fuimos sanados. Todos caminamos callejeros como ovejas cada una se limpió en su camino, pero el Señor le ha dejado caer la iniquidad de todos nosotros ". Este versículo describe la muerte de Jesús como un sacrificio por los pecados de la humanidad, destacando la importancia de su muerte como expiación por los pecados.

Hebreos 10:4: "Porque es imposible que la sangre de los toros y las cabras elimine los pecados". Este versículo refuerza la idea de que el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento no era suficiente para expiar los pecados, destacando la necesidad de un sacrificio perfecto para la remisión.

Hebreos 10:10: "En el que habrá sido santificado por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecho una y para siempre". Este versículo destaca la singularidad del sacrificio de Jesús, quien se ofreció como un sacrificio eterno para expiar los pecados de la humanidad, enfatizando la superioridad del sacrificio de Jesús en relación con los sacrificios del Antiguo Testamento.