Talált 235 Eredmények: confesión de pecados

  • Aléjate de las querellas y evitarás pecados, porque el hombre iracundo las atiza. (Eclesiástico 28, 8)

  • El altísimo no se complace en las ofrendas de los que practican la injusticia, ni por la multitud de los sacrificios perdona los pecados. (Eclesiástico 34, 19)

  • Así el hombre que ayuna por sus pecados y luego los vuelve a cometer; ¿quién escuchará su plegaria y qué provecho sacará de sus penitencias? (Eclesiástico 34, 26)

  • De mañana se vuelve al Señor, su creador, con todo su corazón, y delante del altísimo derrama su súplica; abre su boca en la oración y pide perdón de sus pecados. (Eclesiástico 39, 5)

  • El Señor perdonó sus pecados, exaltó para siempre su poder, le otorgó un pacto real y le dio un trono de gloria en Israel. (Eclesiástico 47, 11)

  • Y Jeroboán, hijo de Nabat, que hizo prevaricar a Israel y puso a Efraín en la senda del pecado; sus pecados se multiplicaron tanto, que fueron expulsados de su tierra. (Eclesiástico 47, 24)

  • A pesar de todo, el pueblo no se arrepintió ni se apartó de sus pecados, hasta que fueron expulsados de su país y dispersados por toda la tierra. (Eclesiástico 48, 15)

  • Y quedó reducido al más pequeño de los pueblos, con un príncipe de la casa de David. Algunos de ellos obraron el bien; otros multiplicaron los pecados. (Eclesiástico 48, 16)

  • Fuera de David, Ezequías y Josías, todos multiplicaron los pecados, porque abandonaron la ley del altísimo. Los reyes de Judá desaparecieron, (Eclesiástico 49, 4)

  • Venid, pues, y discutamos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; si fueren rojos cual la púrpura, se volverán como la lana. (Isaías 1, 18)

  • Su rostro descarado los delata; como Sodoma descubren sus pecados, no los ocultan. ¡Ay de ellos, que su propia desgracia están fraguando! (Isaías 3, 9)

  • Oh, sí, en salud se cambia mi amargura. Tú has salvado mi vida de la fosa vacía, te has echado a las espaldas todos mis pecados. (Isaías 38, 17)


“As almas! As almas! Se alguém soubesse o preço que custam”. São Padre Pio de Pietrelcina