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Sedecías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. (2 Crónicas 36, 11)
Así se cumplió la palabra de Yavé, por boca de Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, quedará desolado y descansará todos los días hasta que se cumplan los setenta años.» (2 Crónicas 36, 21)
El año segundo después de la llegada a la Casa de Dios, a Jerusalén, el segundo mes, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Josadac, con el resto de sus hermanos, los sacerdotes, levitas y todos los que habían vuelto del destierro a Jerusalén, comenzaron la obra: designaron a algunos levitas mayores de veinte años para dirigir las obras de la Casa de Yavé. (Esdras 3, 8)
Ellos nos dieron esta respuesta: Nosotros somos servidores del Dios del cielo y de la tierra, y estamos reconstruyendo la Casa que fue construida hace muchos años. Un gran rey de Israel la construyó y la terminó. (Esdras 5, 11)
El rey Artajerjes me había hecho gobernador del país de Judá, en el año veinte de su reinado. Hasta el año treinta y dos, o sea, durante doce años, ni yo, ni mis hermanos, jamás exigimos el pan del gobernador. (Nehemías 5, 14)
Cuarenta años los cuidaste en el desierto y nada les faltó; ni sus ropas se gastaron ni se hincharon sus pies. (Nehemías 9, 21)
Durante muchos años tuviste paciencia con ellos, les advertiste por tu Espíritu, por boca de los profetas, pero ellos no escucharon. (Nehemías 9, 30)
Traeremos todos los años las primicias de nuestros campos y de nuestros frutos a la Casa de Yavé, también nuestros hijos primogénitos y los primeros nacidos de nuestros animales, conforme a lo escrito en la Ley, (Nehemías 10, 36)
y se las entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. A los Tobitas que prestan sus servicios en Jerusalén les daba el diezmo del trigo, vino, olivo, de los ganados, de los higos y demás frutales; el dinero del segundo diezmo, que se cobra cada seis años, lo distribuía en Jerusalén. (Tobías 1, 7)
Cada tres años repartía el tercer diezmo a los huérfanos, viudas y extranjeros que convivían con los israelitas, celebrando una comida con ellos conforme a lo ordenado en la ley de Moisés y a los preceptos de Débora, madre de mi padre, la cual me crió cuando me quedé huérfano por la muerte de mi padre. (Tobías 1, 8)
No sabía que arriba de la pared había gorriones, los cuales dejaron caer sus excrementos que, calientes, cayeron sobre mis ojos, causándome manchas blancas. Fui a los médicos para que me sanaran, pero mientras más remedios me ponían, menos veía, hasta que quedé ciego. Estuve cuatro años sin ver. Mis hermanos estaban afligidos; Ajikar se preocupó de mi alimentación durante dos años, hasta que se trasladó a Elimaida. (Tobías 2, 10)
Tobit murió en paz a la edad de ciento doce años y fue sepultado dignamente en Nínive. Tenía sesenta y dos años cuando quedó ciego; después de recuperar la vista vivió feliz, practicó la limosna, alabó siempre a Dios y proclamó sus grandezas. (Tobías 14, 2)