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Eleazar, uno de los principales maestros de la Ley, de edad muy avanzada y de noble aspecto, fue forzado a abrir la boca para comer carne de cerdo. (II Macabeos 6, 18)
después de haber escupido la carne, como deben hacerlo los que tienen el valor de rechazar lo que no está permitido comer, ni siquiera por amor a la vida. (II Macabeos 6, 20)
Los que presidían este banquete ritual contrario a la Ley, como lo conocían desde hacía mucho tiempo, lo llevaron aparte y le rogaron que hiciera traer carne preparada expresamente para él y que le estuviera permitido comer. Asimismo le dijeron que fingiera comer la carne del sacrificio, conforme a la orden del rey. (II Macabeos 6, 21)
También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. (II Macabeos 7, 1)
Una vez que el primero murió de esta manera, llevaron al suplicio al segundo. Después de arrancarle el cuero cabelludo, le preguntaron: "¿Vas a comer carne de cerdo, antes que sean torturados todos los miembros de tu cuerpo?". (II Macabeos 7, 7)
Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: (Proverbios 25, 21)
No es bueno comer mucha miel ni buscar excesivos honores. (Proverbios 25, 27)
Lo único bueno para el hombre es comer y beber, y pasarla bien en medio de su trabajo. Yo vi que también esto viene de la mano de Dios. (Eclesiastés 2, 24)
Porque ¿quién podría comer o gozar si no es gracias a él? (Eclesiastés 2, 25)
Yo he comprobado esto: lo más conveniente es comer y beber y encontrar la felicidad en el esfuerzo que uno realiza bajo el sol, durante los contados días de vida que Dios le concede a cada uno: porque esta es la parte reservada a los hombres. (Eclesiastés 5, 17)
Por eso, elogié la alegría, ya que lo único bueno para el hombre bajo el sol es comer, beber y sentirse contento: esto es lo que le sirve de compañía en sus esfuerzos mientras duran los días de su vida, que Dios le concede bajo el sol. (Eclesiastés 8, 15)
Entonces pensé: "Más vale maña que fuerza", pero la sabiduría del pobre es despreciada y nadie escucha sus palabras. (Eclesiastés 9, 16)