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  • Sin embargo, por el peligro de incontinencia, que cada hombre tenga su propia esposa, y cada mujer, su propio marido. (I Corintios 7, 2)

  • La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido; tampoco el marido es dueño de su cuerpo, sino la mujer. (I Corintios 7, 4)

  • Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y que tampoco el marido abandone a su mujer. (I Corintios 7, 11)

  • Y si una mujer se encuentra en la misma condición, que tampoco se separe de su esposo. (I Corintios 7, 13)

  • Porque el marido que no tiene fe es santificado por su mujer, y la mujer que no tiene fe es santificada por el marido creyente. Si no fuera así, los hijos de ustedes serían impuros; en cambio, están santificados. (I Corintios 7, 14)

  • Después de todo, ¿qué sabes tú, que eres la esposa, si podrás o no salvar a tu marido, y tú, marido, si podrás salvar a tu mujer? (I Corintios 7, 16)

  • ¿Estás unido a una mujer? No te separes de ella. ¿No tienes mujer? No la busques. (I Corintios 7, 27)

  • Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; (I Corintios 7, 29)

  • Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes. El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. (I Corintios 7, 32)

  • En cambio, el que tiene mujer se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su mujer, (I Corintios 7, 33)

  • y así su corazón está dividido. También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. (I Corintios 7, 34)

  • Si un hombre, encontrándose en plena vitalidad, cree que no podrá comportarse correctamente con la mujer que ama, y que debe casarse, que haga lo que le parezca: si se casan, no comete ningún pecado. (I Corintios 7, 36)


“Não se desencoraje, pois, se na alma existe o contínuo esforço de melhorar, no final o Senhor a premia fazendo nela florir, de repente, todas as virtudes como num jardim florido.” São Padre Pio de Pietrelcina