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Porque así habla el Señor: Nunca le faltará a David un sucesor que se siente en el trono de la casa de Israel. (Jeremías 33, 17)
entonces también se romperá mi alianza con mi servidor David, de manera que no tenga más un hijo que reine sobre su trono, y mi alianza con los sacerdotes levitas, mis ministros. (Jeremías 33, 21)
Por eso, así habla el Señor contra Joaquím, rey de Judá: Él no tendrá un descendiente que se siente en el trono de David, y su cadáver será arrojado al calor durante el día y al frío durante la noche. (Jeremías 36, 30)
Luego les dirás: Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Miren que yo mando traer a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi servidor: él instalará su trono encima de estas piedras que yo he hundido, y extenderá sobre ellas su baldaquino. (Jeremías 43, 10)
Porque pondré mi trono en Elám, y haré desaparecer de allí al rey y a los príncipes -oráculo del Señor-. (Jeremías 49, 38)
Apuntó con su arco e hizo de mí el blanco de su flecha. (Lamentaciones 3, 12)
Pero tú, Señor, reinas para siempre, tu trono permanece eternamente. (Lamentaciones 5, 19)
Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos gloriosamente como en un trono real. (Baruc 5, 6)
Encima de la plataforma que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, con figura de trono; y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una figura con aspecto de hombre. (Ezequiel 1, 26)
Yo miré, y sobre la plataforma que estaba encima de la cabeza de los querubines, había como una piedra de zafiro: por encima de ellos, se veía algo así como la figura de un trono. (Ezequiel 10, 1)
Tú le dirás a Tiro, la que tiene su trono sobre los puertos del mar y trafica con los pueblos hasta en las costas más lejanas: Así habla el Señor: Tiro, tú decías: "Yo soy una nave de perfecta hermosura". (Ezequiel 27, 3)
Hijo de hombre, di al príncipe de Tiro: Así habla el Señor: Tu corazón se llenó de arrogancia y dijiste: "Yo soy un dios; estoy sentado en un trono divino, en el corazón de los mares". ¡Tú, que eres un hombre y no un dios, te has considerado igual a un dios! (Ezequiel 28, 2)