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  • Endurecióse, pues, el corazón de Faraón y no dejó salir a los israelitas como Yahveh había dicho por boca de Moisés. (Exodo 9, 35)

  • Fueron, pues, Moisés y Aarón donde Faraón y le dijeron: «Así dice Yahveh, el Dios de los hebreos: ¿Hasta cuándo te resistirás a humillarte ante mí? Deja salir a mi pueblo para que me dé culto. (Exodo 10, 3)

  • Si te niegas a dejar salir a mi pueblo, mira que mañana traeré langostas sobre tu territorio; (Exodo 10, 4)

  • Llenarán tus casas, las casas de todos los egipcios, como nunca vieron tus padres, ni los padres de tus padres, desde el día en que existieron sobre la tierra hasta el día de hoy.» Y retirándose salió de la presencia de Faraón. (Exodo 10, 6)

  • Dijeron entonces a Faraón sus siervos: «¿Hasta cuándo ha de ser este hombre causa de nuestra ruina? Deja salir a esa gente y que den culto a Yahveh, su Dios. ¿Te darás cuenta a tiempo de que Egipto se pierde?» (Exodo 10, 7)

  • Respondió Moisés: «Saldremos con nuestros niños y nuestros ancianos, con nuestros hijos y nuestras hijas, con nuestras ovejas y nuestras vacadas; porque es nuestra fiesta de Yahveh.» (Exodo 10, 9)

  • Contestóles: «¡Así esté Yahveh con vosotros como voy a dejaros salir a vosotros con vuestros pequeños! Ved cómo a la vista están vuestras malas intenciones. (Exodo 10, 10)

  • No será así; salid si queréis los varones solos y dad culto a Yahveh, pues eso es lo que buscabais.» Y fueron echados de la presencia de Faraón. (Exodo 10, 11)

  • Salió Moisés de la presencia de Faraón y rogó a Yahveh. (Exodo 10, 18)

  • Pero Yahveh endureció el corazón de Faraón, que no dejó salir a los israelitas. (Exodo 10, 20)

  • Yahveh endureció el corazón de Faraón, que no quiso dejarles salir. (Exodo 10, 27)

  • Dijo Yahveh a Moisés: «Todavía traeré una plaga más sobre Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí. (Exodo 11, 1)


“Dirás tu o mais belo dos credos quando houver noite em redor de ti, na hora do sacrifício, na dor, no supremo esforço duma vontade inquebrantável para o bem. Este credo é como um relâmpago que rasga a escuridão de teu espírito e no seu brilho te eleva a Deus”. São Padre Pio de Pietrelcina