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Por vida mía, dice el Rey, cuyo nombre es Yavé de los Ejércitos, alguien va a venir, que es como el Tabor entre los montes, o como el Carmelo que domina el mar. (Jeremías 46, 18)
Si te enviara donde muchedumbres extranjeras, cuyo hablar es oscuro y cuya lengua es difícil, la cual no comprenderías, podrían tal vez escucharte. (Ezequiel 3, 6)
Por mi vida -palabra de Yavé-, él morirá en el país del rey que lo puso en el trono, en la tierra de ese rey cuyo juramento despreció y cuya alianza rompió. Morirá en Babilonia. (Ezequiel 17, 16)
con sus fajas en la cintura y grandes turbantes en sus cabezas, esos hombres de aspecto marcial cuyo país natal es Caldea. (Ezequiel 23, 15)
Ardía en deseo por unos desvergonzados que se calentaban como burros y cuyo sexo era como el de los caballos. (Ezequiel 23, 20)
este árbol eres tú, oh rey, cuyo poder ha crecido llegando hasta el cielo y cuyo imperio se extiende hasta los confines de la tierra (Daniel 4, 19)
Al cabo del tiempo fijado, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al cielo y la razón volvió a mí; entonces bendije al Altísimo ¡¡Alabado y glorificado el que vive eternamente, cuyo imperio es eterno, y cuyo reino durará por todas las generaciones (Daniel 4, 31)
y yo los desterraré a ustedes a un lugar más allá de Damasco, dice Yavé cuyo nombre es: Dios de los Ejércitos. (Amós 5, 27)
Le hablarás así de parte de Yavé de los Ejércitos: Viene un hombre cuyo nombre es Brote, y sepan que algo brotará de él. (Zacarías 6, 12)
Fueron donde Juan y le dijeron: «Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y en cuyo favor tú hablaste, está ahora bautizando y todos se van a él.» (Evangelio según San Juan 3, 26)
Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como esas ofrendas y víctimas cuyo olor agradable subía a Dios. (Carta a los Efesios 5, 2)
Por el momento tengo todo lo que necesito y más de lo que necesito. Tengo de sobra con lo que Epafrodito me entregó de parte de ustedes y que recibí como un sacrificio «que agrada a Dios y cuyo olor sube hasta él». (Carta a los Filipenses 4, 18)