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Dicho esto, José abrazó llorando a Benjamín, quien también lloró. (Génesis 45, 14)
José se acercó a la cama de su padre, lo abrazó llorando y lo besó. (Génesis 50, 1)
Toda la comunidad se puso a lanzar gritos lastimeros, y el pueblo pasó toda la noche llorando. (Números 14, 1)
Ella estuvo llorando detrás de él los siete días que duró la fiesta. Por fin, el séptimo día se la explicó porque lo tenía cansado. Ella lo contó a sus paisanos. (Jueces 14, 17)
El pueblo fue a Betel y allí se sentaron frente a Yavé hasta la tarde, clamando y llorando con grandes gemidos. (Jueces 21, 2)
Y en seguida les dio un abrazo. Pero ellas, llorando, le respondieron: «No nos iremos, sino que seguiremos contigo.» (Rut 1, 10)
Ellas seguían llorando, hasta que al fin Orfa, dándole un beso, se fue a su casa. Rut, en cambio, se quedó con ella. (Rut 1, 14)
En esto llegó Saúl, que venía del campo con sus bueyes, y dijo: «¿Por qué está llorando todo el mundo?» Cuando le contaron lo que sucedía, (1 Samuel 11, 5)
Yavé dijo a Samuel: «Yo soy el que ha rechazado a Saúl y he decidido que no reinará más sobre Israel. ¿Hasta cuándo, pues, vas a estar llorando por él? Llena tu cuerno de aceite, pues quiero que vayas a casa de Jesé, del pueblo de Belén, porque he elegido a uno de sus hijos para ser mi rey.» (1 Samuel 16, 1)
Su marido partió con ella y la siguió llorando hasta Bajurim. Ahí Abner le ordenó: «Vete, vuelve». Y él se fue. (2 Samuel 3, 16)
Apenas había terminado de hablar cuando entraron los hijos del rey, gritando y llorando. También el rey y sus acompañantes se pusieron a llorar. (2 Samuel 13, 36)
David subía el cerro de los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todos los que lo acompañaban hacían otro tanto. (2 Samuel 15, 30)