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"Por favor, perdona el crimen de tus hermanos y el pecado que cometieron cuando te trataron mal. Ahora debes perdonar su crimen a los servidores del Dios de tu padre."» José, al oír este mensaje, se puso a llorar. (Génesis 50, 17)
Habiendo crecido el niño, ella lo llevó a la hija de Faraón, y pasó a ser para ella como su hijo propio. Ella lo llamó Moisés, pues, dijo, «lo he sacado de las aguas.» (Exodo 2, 10)
Tiempo después, siendo Moisés ya mayor, se preocupó por sus hermanos y entonces fue cuando comprobó sus penosos trabajos. Le tocó ver cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, a uno de sus hermanos. (Exodo 2, 11)
Al día siguiente salió de nuevo, y esta vez dos hebreos estaban peleando. Moisés dijo al culpable: «¿Por qué le pegas a tu compañero?» (Exodo 2, 13)
Y él le contestó: «¿Quién te ha puesto de jefe y juez sobre nosotros? ¿Y por qué no me matas como mataste al egipcio?» Moisés tuvo miedo, pues pensó: «Este asunto ya se sabe.» (Exodo 2, 14)
De hecho, le llegó la noticia a Faraón y buscó a Moisés para matarlo, pero Moisés huyó de la presencia de Faraón y se fue a vivir al país de Madián. Allí se sentó junto a un pozo. (Exodo 2, 15)
llegaron unos pastores y las echaron. Entonces Moisés salió en su defensa, y dio de beber al rebaño. (Exodo 2, 17)
Moisés aceptó quedarse con aquel hombre, quien le dio por esposa a su hija Séfora. (Exodo 2, 21)
Y como diera a luz un hijo, Moisés lo llamó Guersón, pues dijo: Soy forastero en tierra extraña. (Exodo 2, 22)
Moisés cuidaba las ovejas de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas muy lejos en el desierto y llegó al cerro de Horeb, esto es, el Cerro de Dios. (Exodo 3, 1)
Entonces fue cuando el Angel de Yavé se presentó a él, como una llama ardiente en medio de una zarza. Moisés estuvo observando: la zarza ardía, pero no se consumía. (Exodo 3, 2)
Yavé vio que Moisés se acercaba para mirar; Dios lo llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!», y él respondió: «Aquí estoy.» (Exodo 3, 4)