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Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento. (Sabiduría 3, 1)
Pero los justos viven para siempre; su recompensa está en el Señor y el Altísimo se preocupa de ellos. (Sabiduría 5, 15)
Así, los justos despojaron a los impíos y celebraron, Señor, tu santo Nombre, alabando unánimemente tu mano protectora. (Sabiduría 10, 20)
Al que antes habían hecho exponer al peligro, y luego rechazaron con desprecio, lo admiraron al final de los acontecimientos, admiraron al que antes habían abandonado en las aguas después de sufrir una sed muy diferente a la de los justos. (Sabiduría 11, 14)
Ciertamente, tú hubieras podido, en una batalla campal, entregar a los impíos en manos de los justos, o bien aniquilarlos de un solo golpe por medio de animales feroces o por una sentencia inexorable. (Sabiduría 12, 9)
Pero lo más extraño era que en el agua, que todo lo apaga, el fuego se encendía más, porque el universo combate en defensa de los justos. (Sabiduría 16, 17)
mientras que, por el contrario, ese mismo fuego olvidaba hasta su propio poder, para respetar el alimento de los justos. (Sabiduría 16, 23)
Tu pueblo esperaba, a la vez, la salvación de los justos y la perdición de sus enemigos; (Sabiduría 18, 7)
Por eso, los santos hijos de los justos ofrecieron sacrificios en secreto, y establecieron de común acuerdo esta ley divina: que los santos compartirían igualmente los mismos bienes y los mismos peligros; y ya entonces entonaron los cantos de los Padres. (Sabiduría 18, 9)
También los justos experimentaron la muerte, y una multitud fue masacrada en el desierto. Pero la ira divina no duró mucho tiempo, (Sabiduría 18, 20)
Que los hombres justos sean tus comensales y que tu orgullo esté en el temor del Señor. (Eclesiástico 9, 16)
no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia. (Eclesiástico 35, 18)