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  • Sin embargo, Nebuzardán, jefe de la escolta, dejó parte de los pobres del país como viñadores y agricultores. (Jeremías 52, 16)

  • El jefe de la escolta se llevó también los barreños, los braseros, los acetres y las copas para las ofrendas de vino, todo lo que era de oro y plata. (Jeremías 52, 19)

  • El jefe de la escolta apresó al sumo sacerdote, Serayas; al segundo sacerdote, Sofonías, y a los tres guardianes del umbral del templo. (Jeremías 52, 24)

  • Entre los ciudadanos hizo prisionero a un eunuco, comisario de los hombres de guerra, y a siete familiares del rey que fueron encontrados en la ciudad; al secretario del jefe del ejército, encargado del reclutamiento, y a sesenta hombres del pueblo que se encontraban en la ciudad. (Jeremías 52, 25)

  • Nebuzardán, jefe de la escolta, los hizo prisioneros y los llevó a Ribla ante el rey de Babilonia. (Jeremías 52, 26)

  • el año veintitrés de Nabucodonosor, Nebuzardán, jefe de la escolta, deportó setecientos cuarenta y cinco judíos. En total: cuatro mil seiscientas personas. (Jeremías 52, 30)

  • El rey ordenó después a Aspenaz, jefe de los eunucos, que escogiese de entre los israelitas algunos jóvenes de estirpe real y de familia noble: (Daniel 1, 3)

  • Pero el jefe de los eunucos les cambió el nombre: a Daniel le llamó Baltasar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac, y a Azarías, Abdénago. (Daniel 1, 7)

  • Daniel tenía el propósito de no contaminarse con la comida del rey ni con el vino que él bebía, y suplicó al jefe de los eunucos que no le obligara a contaminarse. (Daniel 1, 8)

  • Dios concedió a Daniel favor y simpatía ante el jefe de los eunucos. (Daniel 1, 9)

  • Daniel dijo al inspector a quien el jefe de los eunucos había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: (Daniel 1, 11)

  • Al cabo del tiempo establecido por el rey para que le fueran presentados los jóvenes, el jefe de los eunucos los llevó ante Nabucodonosor. (Daniel 1, 18)


“Que Maria sempre enfeite sua alma com as flores e o perfume de novas virtudes e coloque a mão materna sobre sua cabeça. Fique sempre e cada vez mais perto de nossa Mãe celeste, pois ela é o mar que deve ser atravessado para se atingir as praias do esplendor eterno no reino do amanhecer.” São Padre Pio de Pietrelcina