1. ¡Ah, si tú fueras hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre! Al encontrarte en la calle te besaría y ninguno me podría despreciar.

2. Te llevaría a la casa de mi madre, a la alcoba de la que me dio a luz; te daría a beber vino aromático, mosto de mis granadas.

3. Su izquierda está bajo mi cabeza y su diestra me tiene abrazada.

4. Él: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis ni turbéis a mi amor hasta cuando ella quiera.

5. Coro: ¿Quién es ésta que sube del desierto apoyada en su amor? Él: Te he despertado debajo del manzano, allí donde te concibió tu madre, allí donde te concibió la que te dio a luz.

6. Ella: Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque es fuerte el amor como la muerte; inflexibles, como el infierno, son los celos. Flechas de fuego son sus flechas, llamas divinas son sus llamas.

7. Aguas inmensas no podrían apagar el amor, ni los ríos ahogarlo. Quien ofreciera toda la hacienda de su casa a cambio del amor sería despreciado. Los Hermanos:

8. Tenemos una hermana pequeñita, no tiene pechos todavía. ¿Qué hemos de hacer con nuestra hermana el día en que se trate de su boda?

9. Si fuese un muro, levantaríamos sobre ella almenas de plata; si fuese una puerta, la guarneceríamos con tablas de cedro...

10. Ella: Yo soy un muro, mis pechos son torres. Así he sido a sus ojos como quien halla paz.

11. Él: Salomón tenía una viña en Baal-Hamón, la encomendó a sus guardas. Cada uno tenía que pagarle por sus frutos mil monedas de plata...

12. Mi propia viña ante mis ojos... ¡Las mil monedas para ti, oh Salomón, y doscientas para los guardas de su fruto!

13. Oh, tú que moras en los jardines, mis amigos prestan oído a tu voz. ¡Deja que yo la oiga!

14. Ella: ¡Huye, amor mío, sé como la gacela, como el cervatillo en los montes perfumados!





“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina