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Ya cerca de Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. (Evangelio según San Lucas 18, 35)
Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca, le preguntó: (Evangelio según San Lucas 18, 40)
Al instante el ciego pudo ver. El hombre seguía a Jesús, glorificando a Dios, y toda la gente que lo presenció también bendecía a Dios. (Evangelio según San Lucas 18, 43)
Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. (Evangelio según San Juan 9, 1)
Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» (Evangelio según San Juan 9, 2)
Dicho esto, hizo un poco de lodo con tierra y saliva, untó con él los ojos del ciego (Evangelio según San Juan 9, 6)
y le dijo: «Vete y lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir el Enviado).» El ciego fue, se lavó y, cuando volvió, veía claramente. (Evangelio según San Juan 9, 7)
La gente llevó ante los fariseos al que había sido ciego. (Evangelio según San Juan 9, 13)
Pero coincidió que ese día en que Jesús hizo lodo y abrió los ojos al ciego, era día de descanso. (Evangelio según San Juan 9, 14)
Entonces hablaron de nuevo al ciego: «Ese te ha abierto los ojos, ¿qué piensas tú de él?» El contestó: «Que es un profeta.» (Evangelio según San Juan 9, 17)
Los judíos no quisieron creer que siendo ciego había recobrado la vista, hasta que no llamaran a sus padres. (Evangelio según San Juan 9, 18)
Y les preguntaron: «¿Es éste su hijo? ¿Y ustedes dicen que nació ciego? ¿Y cómo es que ahora ve?» (Evangelio según San Juan 9, 19)