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No trabajarán inútilmente ni tendrán hijos para perderlos, pues ellos y sus descendientes serán una raza bendita de Yavé. (Isaías 65, 23)
Estas son las palabras de Jeremías, hijo de Helcías, de una familia de sacerdotes que vivían en Anatot, en la tierra de Benjamín. (Jeremías 1, 1)
Salgan de Jerusalén, a refugiarse, hijos de Benjamín. Que resuene la trompeta en Tecoa; coloquen una señal en Betqueren, pues por el Norte se asoma una desgracia como una inmensa catástrofe. (Jeremías 6, 1)
Aquí subirán los habitantes de las ciudades de Judá, de los alrededores de Jerusalén, de la tierra de Benjamín, de la Tierra Baja, de los cerros y del sur, trayendo víctimas y sacrificios, incienso y ofrendas, en acción de gracias al Templo de Yavé. (Jeremías 17, 26)
al oír a Jeremías, mandó apalearlo, y lo hizo sujetar con cadenas en el calabozo de la puerta alta de Benjamín, que está en la Casa de Yavé. (Jeremías 20, 2)
De nuevo se comprarán campos y se firmarán contratos con sellos y con testigos, tanto en las tierras de Benjamín y en los alrededores de Jerusalén como en las ciudades de Judá, de la llanura, de los cerros y del sur. Pues yo haré volver a sus cautivos.» Palabra de Yavé. (Jeremías 32, 44)
en las ciudades de la Montaña y en las de la Tierra Baja, en las del Negueb y en la tierra de Benjamín. En los alrededores de Jerusalén y en las ciudades de Judá volverán a pasar las ovejas bajo la mano del que las cuente, dice Yavé. (Jeremías 33, 13)
en ese caso ¡tampoco me preocuparé de la familia de Jacob y de David, mi servidor, ni tomaré más de entre sus descendientes a quienes gobiernen la posteridad de Abraham, de Isaac y de Jacob; pues quiero que vuelvan de su cautiverio y demostrarles así compasión. (Jeremías 33, 26)
por eso -lo dice Yavé de los Ejércitos, Dios de Israel: Jonadab, hijo de Recab, siempre tendrá descendientes para servirme.» (Jeremías 35, 19)
Entonces, Jeremías salió de Jerusalén y se dirigió a su pueblo, en las tierras de Benjamín, para compartir con los suyos una herencia. (Jeremías 37, 12)
Pero al pasar la puerta de la ciudad que lleva a Benjamín, el vigilante Jerías, hijo de Selemías, detuvo al profeta diciendo: «Tú te pasas a los caldeos.» (Jeremías 37, 13)
Salió del palacio y fue al encuentro del rey, que estaba sentado a la Puerta de Benjamín y le habló en estos términos: (Jeremías 38, 8)