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  • Yavé devolverá a cada uno según sus méritos y fidelidad, pues hoy te había entregado en mi poder, pero no he querido levantar mi mano contra ti por ser el ungido de Yavé. (1 Samuel 26, 23)

  • David le preguntó: «¿Cómo te atreviste a alzar tu mano para matar al rey ungido por Yavé?» (2 Samuel 1, 14)

  • David le dijo: «Tu misma boca te ha acusado cuando dijiste: Yo maté al ungido de Yavé. (2 Samuel 1, 15)

  • El escudo de Saúl no estaba ungido con aceite sino con la sangre de los heridos y con la grasa de los guerreros.El arco de Jonatán no retrocedió jamás ni la espada de Saúl se blandía en vano. (2 Samuel 1, 22)

  • Y ahora, sigan valientes y animosos. Aunque Saúl ha muerto, sepan ustedes que los hombres de Judá me han ungido como su rey.» (2 Samuel 2, 7)

  • Yo, a pesar de que he sido ungido rey, no tengo bastante poder todavía; estos hombres, los hijos de Sarvia, son más fuertes que yo. Que Yavé pague al que hizo el mal, según su malicia.» (2 Samuel 3, 39)

  • Cuando los filisteos supieron que David había sido ungido rey de Israel, subieron todos para apoderarse de él. (2 Samuel 5, 17)

  • Pero como Absalón, a quien habíamos ungido como nuestro rey, ha muerto en la batalla, ¿por qué no hacen algo para que vuelva el rey?» (2 Samuel 19, 11)

  • Entonces intervino Abisaí, hijo de Sarvia, diciendo: «¿Acaso Semeí no merece la muerte por haber maldecido al ungido de Yavé?» (2 Samuel 19, 22)

  • Yavé multiplica las victorias de su rey y muestra su bondad a su ungido, a David y a su descendencia, para siempre.» (2 Samuel 22, 51)

  • Estas son las últimas palabras de David: «Oráculo de David, hijo de Jesé, oráculo del hombre puesto en alto, del ungido del Dios de Jacob, del cantor de los salmos de Israel. (2 Samuel 23, 1)

  • Hiram, rey de Tiro, envió sus servidores a Salomón, porque oyó que había sido ungido rey en lugar de su padre; Hiram había sido siempre amigo de David. (1 Reyes 5, 1)


“Queira o dulcíssimo Jesus conservar-nos na Sua graça e dar-nos a felicidade de sermos admitidos, quando Ele quiser, no eterno convívio…” São Padre Pio de Pietrelcina