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Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; (Hechos 2, 46)
En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. (Hechos 3, 1)
Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», para pedir limosna a los que entraban. (Hechos 3, 2)
Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna. (Hechos 3, 3)
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. (Hechos 3, 8)
Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido. (Hechos 3, 10)
Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos, (Hechos 4, 1)
y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. (Hechos 4, 35)
que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles. (Hechos 4, 37)
y de acuerdo con ella, se guardó parte del dinero y puso el resto a disposición de los Apóstoles. (Hechos 5, 2)
Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? (Hechos 5, 3)
¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres sino a Dios». (Hechos 5, 4)