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  • Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. (Génesis 2, 24)

  • Si no llegan a un acuerdo con nosotros en lo que se refiere a la circuncisión, tomaremos a nuestra hermana y nos iremos". (Génesis 34, 17)

  • No obres de esa manera con el Señor, tu Dios. Porque él considera abominable y detesta todo lo que ellas hacen para honrar a sus dioses, ya que llegan incluso a quemar a sus hijos y a sus hijas en homenaje a esos dioses. (Deuteronomio 12, 31)

  • Por eso pensamos que si algún día nos llegan a hacer ese reproche, a nosotros o a nuestros descendientes, les podremos responder: ‘Miren la figura del altar del Señor que hicieron nuestros padres, no para ofrecer holocaustos y sacrificios, sino para que esté como testigo entre nosotros y ustedes’. (Josué 22, 28)

  • Llegan los días en que amputaré tu brazo y el de la familia de tu padre, de manera que no habrá más ancianos en tu casa. (I Samuel 2, 31)

  • Pero Samuel le preguntó: "¿Qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que llegan a mis oídos?". (I Samuel 15, 14)

  • Entonces Jonadab dijo al rey: "Ahí llegan los hijos del rey, tal como tu servidor lo había dicho". (II Samuel 13, 35)

  • Esto se puede comprobar, sin necesidad de remontarnos a los relatos que nos llegan del pasado, examinando lo que acontece ante nuestros ojos: ¡cuántas impiedades no han sido perpetradas por esta calaña de gobernantes indignos! (Ester 16, 7)

  • Pero se avergüenzan de haber esperado, llegan hasta allí, y quedan defraudados. (Job 6, 20)

  • telas preciosas llegan de Egipto y Etiopía, con sus propias manos, presenta sus dones a Dios. (Salmos 68, 32)

  • No temerás ningún sobresalto ni a los malvados que llegan como una tormenta. (Proverbios 3, 25)

  • En testimonio de semejante perversidad, humea allí todavía una tierra desolada, los arbustos dan frutos que no llegan a madurar y, como recuerdo de un alma incrédula, se alza una columna de sal. (Sabiduría 10, 7)


“Todas as graças que pedimos no nome de Jesus são concedidas pelo Pai eterno.” São Padre Pio de Pietrelcina